Diario de León

Publicado por
Antonio Núñez
León

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Desde los ya lejanos tiempos de la transición democrática nadie había vuelto a pedir un «gobierno de concentración» hasta el otro día Esquerra Republicana en Cataluña. A finales de los setenta lo reclamaba casi a diario el veterano ex dirigente comunista Santiago Carrillo con tanta insistencia que hasta le sacaron un chiste: se dice que cada vez que iba al bar del Congreso le pedía al camarero «un café cortao y un gobierno de concentración». En aquella época la cosa tenía un cierto sentido, puesto que había que consolidar una incipiente democracia en cuyos primeros gobiernos a lo mejor convenía que estuvieran todos los partidos, más que nada por si acaso, como luego de demostró con el trabucaire intento de golpe de estado de Tejero, el que el 23-F pasó a la historia por lo de «se sienten, coño» y «quieto todo el mundo». Obviamente por todo el mundo el exteniente coronel golpista entendía lo mismo que Carrillo, o sea desde Fraga y la extinda UCD hasta el escaño de don Santiago, pasando por encima del de Felipe González. Por otra parte Carrillo, un político que en aquella época de demócratas novatos sabía ya más por viejo que por diablo, también necesitaba que los suyos tocaran poder, visto que la mayoría de la izquierda había votado al PSOE y no al eurocomunismo que él mismo lideraba «a la italiana». Pero las cosas fueron como fueron y qué se le va a hacer. Ahora se siente uno rejuvenecer como si tuviera veintitantos años -tampoco es necesario precisar más, por si quedara alguna admiradora- cuando oye al señor Card Rovira, con un 16% de los votos de allá, pedir otro gobierno de concentración para la Generalitat catalana integrado por CiU, los socialistas de Maragall y, naturalmente, por él mismo, que se reserva la tercera parte de los cargos y consejerías -el doble de lo que le correspondería por los votos que tiene- y quién sabe si la presidencia. Y al margen de que en la Catañula democrática no haya a estas alturas nada urgente que consolidar, más que el Barça, Carrillo le hubiera dicho ahora al camarero del Parlament, charnego por supuesto, que el café estaba poco concentrado. Y tanto. Como que en la propuesta de Carod Rovira faltan los excomunistas de Iniciativa y no hay ni rastro del PP. Chistes aparte, las negociaciones para pactar el futuro gobierno catalán, que debe gestionar los intereses de la décima parte de la población española -cinco millones, de los que tal vez la mitad no ha nacido en Cataluña- tienen el mismo sospechoso color que el cortao de Carrillo: o sea ni blanco, ni negro, ni fú, ni fá, ni transparente. Y, cuando está en juego la estabilidad del país, tampoco estaría de más reclamar a los políticos después de las elecciones lo mismo que ellos piden antes en cada campaña electoral: televisión a toda pastilla. Quiere decirse que las negociaciones deberían retransmitirse íntegras y en directo. A lo mejor la tele no es una caja tan tonta como se supone y hasta Carod, Maragall, Mas y compañía, que no tienen precisamente el sex appeal de los vigilantes de la playa de Lloret, batirían records de audiencia como sus colegas de Madrid cuando el asunto de los tránsfugas Tamayo y Sáez. Se los imagina uno cambiándose cromos y es para dimitir de votante. «Oye, tú», le diría Maragall a Carod, «si me das la presidencia te doy el tren Ave de Olot a Girona que los míos ya tienen repe en Sevilla». O, de parte de Artur Mas, «déjame el sillón y ahí tienes una visa oro sin límite en la Caixa y, naturalmente, saques lo que saques te pagaremos también un interés». A partir de ahí se puede enredar la madeja todo lo que se quiera dejando entrar en el juego a los comunistas de Iniciativa por Cataluña, los verdes, o el PP, bien de uno en uno, de dos en dos, en plan tripartito o, puestos a tirarse a la piscina, un gobierno de concentración a lo bestia. Para lo cual no hubiera sido necesario celebrar elecciones. y, puestos a repartir parcelas de poder, se puede también hacer del país una enorme finca de chalets adosados con permiso de la Constitución. Más o menos así deben de andar los tratos entre unos y otros, siendo una lástima que el resto de España sólo tenga información puntual sobre Catañula a través de las crónicas de la «champion ligue», cuya quiniela es, por lo demás, mucho más fácil de adivinar. A la hora de escribir estas líneas, en vísperas del fin de semana y de los pactos, está claro que hoy es día 30, pero no quién va a presidir Catañula. Seguramente no lo sabe ni la Virgen de Monserrat, a la que se le supone información privilegiada desde las más altas instancias (incluído Pujol), y perdónese la licencia. Pero ya nadie está libre del timo de la estampita.

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