Ultrasonidos contra el cáncer de próstata

Las alteraciones de la próstata consisten en la aparición de una infección (normalmente entre los 35 y 45 años) y el crecimiento sin consecuencias malignas -Hipertrofia Prostática Benigna o Hiperplasia Benigna de Próstata- siendo recomendable, ante la existencia de algún síntoma, acudir al especialista que se encargará de realizar un análisis de orina y de sangre y determinar si es necesario iniciar un tratamiento. Además, existe la enfermedad maligna de próstata, cuyas señales de alarma sólo aparecen cuando el cáncer está muy avanzado, en cuyo caso los tratamientos sólo sirven para aliviar los síntomas. Según se ha afirmado en el I Simposio Internacional de Oncología, celebrado en Madrid, los principales factores de riesgo que pueden incrementar las posibilidades de padecer la enfermedad maligna de próstata son la dieta, en especial si hay un exceso de grasas saturadas, la ausencia de actividad física, el consumo de alcohol, los picantes y las bebidas con gas o excitantes. El tabaco, no influye en el desarrollo del tumor pero sí en su agresividad. Además, insisten que una dieta baja en grasas, comer frutas y verduras, evitar el alcohol, llevar una vida sexual activa y sin excesos, y realizar una actividad física regular ayudan a reducir el riesgo de padecer cáncer de próstata. Este tumor se ha convertido en la actualidad en la tercera causa de muerte, por detrás del cáncer de pulmón y colorrectal. En España se diagnostican al año 8.000 casos de cáncer de próstata y los expertos recomiendan que a partir de los 50 años los varones se sometan anualmente a un examen urológico porque la detección precoz aumenta las posibilidades de ser atacado con éxito. El chequeo para detectar problemas en la próstata consiste en un análisis de sangre para determinar el llamado Antígeno Prostático Específico, o PSA, una proteína que al superar determinados niveles puede indicar la posibilidad de un proceso tumoral. El paciente entonces debe someterse a un estudio consistente en una ecografía transrectal, un tacto rectal, incómodo, pero indoloro, con el que el urólogo puede detectar el tamaño de la glándula, valorar su estado o descubrir zonas endurecidas y, si se ha detectado alguna anomalía, una biopsia. En la búsqueda de terapias más avanzadas que faciliten mejores tratamientos a los enfermos, menos invasivas y con menores efectos secundarios, desde 1996 se desarrolla el HIFU (High Intensity Focused Ultrasound), para el tratamiento del cáncer de próstata muy localizado que destruye vía endorrectal tejidos tumorales utilizando ultrasonidos de alta intensidad. El tratamiento se realiza con anestesia epidural, dura entre una y dos horas y se realiza introduciendo una sonda ecográfica endorrectal que permite a la vez visualizar la próstata y realizar la terapia. En síntesis, consiste en emitir ultrasonidos por grupos de disparos que duran varios segundos, elevan la temperatura hasta 85ºC produciendo necrosis de las células. La brevedad del proceso evita que el calor se extienda fuera de la zona elegida. La destrucción del tumor se consigue repitiendo los tiros hasta unas 500 veces y desplazando el haz de ultrasonidos entre cada emisión. Los efectos de la terapia se valoran analizando la tasa de PSA y por las biopsias de control que se realizan al mes, a los tres, seis y doce meses del proceso. Los primeros resultados confirman que se controla el mal en un 80% de los casos.