Diario de León
Publicado por
Antonio Núñez
León

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EL MOTORISTA fue una figura legendaria y temible cuando la dictadura de Franco, que hacía tocar madera o cruzar prudentemente los dedos para que pasara de largo al ser divisado en lontananza desde cualquier despacho oficial. En aquella época, como Franco no se fiaba ni del cuerpo de Correos, aunque hasta para entrar en él de cartero o telegrafista había que jurar lealtad al Régimen, los ceses de los ministros los llevaba directamente al interesado, sobre en mano, el famoso motorista. Así que al verlo aparcar a la vera de una sede de Falange o del Opus Dei, indistintamente, temblaba el misterio. Decía Churchill que la democracia consiste en que, cuando llaman a tu casa a las seis de la mañana, es el lechero. Bueno, pues en la España de entonces te despertabas so bresaltado tanto si le abrías la puerta a uno de la brigada político-social (los rojos) como si tocaba el timbre el tío del casco, las dos ruedas y el sobre (los de derechas de toda la vida). El puesto de motorista en el palacio de El Pardo infundía tanto respeto que incluso un tipo tan echado para adelante, como Fraga, le cedía el paso cada vez que iba a inaugurar un parador de turismo. La democracia jubiló al motorista, pero uno ahora no puede menos que rememorarlo y rejuvenecer con el nuevo cambio de Gobierno. Afortunadamente hoy día el reparto de ceses y cargos se hace desde La Moncloa -y no desde El Pardo- donde por fortuna nadie vela día y noche durante cuarenta años por nosotros con una «lucecita» que nunca se apagaba en no sé qué ventana, según decían los períodicos de aquel tiempo, coño, qué pesadillas. Parafraseando a Churchill la democracia es también que Aznar le dijera a Rajoy a las tantas del otro domingo: «apaga y vámonos, Mariano». Si no fuera porque en el siglo XXI los nombramientos y ceses se hacen vía internet, teléfono móvil o videoconferencia -esto último para el tú a tú de los cargos de máxima confianza- este puente de San José no se podría circular por una España colapsada de motoristas que iban o venían. No hay estadísticas fiables, pero con el último vuelco de la tortilla fácilmente habrá cien mil o más cargos cesantes y otros tantos a cubrir, eso sin contar las cuñadas, entre ministros, subsecretarios, secretarias particulares, directores generales, asesores, jefes de gabinete, de prensa y fontanería, delegados y subdelegados del gobierno, directores provinciales de tal o cual departamento ministerial o jefatura de tráfico, baches y carreteras, etcétera. Las autonomías han ayudado bastante a la estabilidad en el empleo de una clase política muy profesionalizada -diga lo que diga UGT- de modo que, si el PP pierde en Madrid, sus cuadros y mandos siempre pueden encontrar refugio en la Junta o en la Diputación. Y, a la inversa, si hubiera perdido el PSOE, a los socialistas siempre les hubiera quedado Caja España como Casablanca a Humphrey Bogart a falta de París, jodidos pero contentos. A la hora de escribir estas líneas se hacen todo tipo de quinielas sobre quién sube y quién se apea de tal o cual sillón. Sobre lo segundo es fácil acertar el pleno al quince: todos los del gallego Mariano bajan de categoría. Y, respecto a los primeros, está tan competida la liguilla de promoción que sólo puede asegurarse con un mínimo de objetividad que la única que no va a ascender es la Cultural. En este tipo de porras la veteranía es un grado, así que uno prefiere no apostar después de haber padecido sucesivamente a Franco, Arias Navarro, Suárez, Calvo Sotelo, González, Aznar, etcétera. También barrunta que con Zapatero no le va a ir mejor, de modo que se consuela pensando otra vez que no hay mal que cien años dure y que sobrevivirles a todos en este oficio es lo importante. Volviendo al motorista y al baile de cargos que se avecina, la experiencia dicta también que van a salir de debajo de las piedras miles de nombres que parecían sepultados en política por Aznar, igual que antes Felipe González creyó haber enterrado bien hondo no pocos ilustres apellidos de la UCD y que luego reaparecieron sin ser fantasmas. Me queda aún un amigo, cuyo nombre no es prudente citar, que trabaja aquí mismo en determinada empresa pública y que se dispone otra vez a cambiar de jefe, el cual no es nuevo, sino el mismo de hace veinte años. «Mira, macho», me dijo ayer, «cuando yo llegue aquí tenía de baranda a Fulano, pero vinieron los de González y lo mandaron a las letrinas, poniendo en su lugar a Mengano, que con Aznar volvió de jefe y relegó, a su vez, a Fulano a los urinarios, de manera que ahora lo más seguro es que sea a Mengano al que le toque tirar de la cadena». «En política», concluyó, «o los matas bien muertos o les pones un ataúd de oro por lo que pueda venir después». 1396927554

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