Diario de León

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LO INTERESANTE de las religiones está cuando nacen. Después se contaminan, se refundan y propenden a creerse empresa de Dios en la tierra abriendo sucursales magníficas, pagodas gigantescas, catedrales apabullantes, mezquitas con minaretes para esnucarse y alfombrilla para romperse el lomo. Esas religiones nacen con creencias puras y arrebatan, contagian y se expanden. Pero los incendios de la fe con agua bendita se apagan; los credos divinos con leyes de hombre se esclavizan. Las revoluciones de budas, jesucristos o mahomas que nacieron con arrebato y conmoción acaban en un altar que parece mostrador y en un clérigo que pone cara de funcionario. Los primeros años del cristianismo son una utopía fraterna: bienes y dineros son de la comunidad, los obispos los elige la asamblea de fieles, nadie es más que nadie, se predica un amor y una no violencia que les convierte en los gandhis de su tiempo. Otros credos predicaron la guerra santa para ganarse un paraíso de coños floridos y les fue de maravilla con parroquia extendida por medio mundo, muchas veces dando hostias consagradas por Alá o enseñenado un alfanje de fuego que tronza trenes. El nacimiento del budismo también debió ser fascinante, puro. Los principios de las religiones saben a revelación y a deslumbramiento, pero todas acaban teniendo un san Pablo que se cae del burro, un converso que las reconduce, un iluminado que las exalta y unos cuantos refundadores que las adecúan a las circunstancias, las mundanizan, las hacen negocio divino y conquista perpetua colocando una cruz en el lábaro de Constantino, dos alfanjes con nombre de Mahoma, una espada degollante en manos de Santiago matamoros, un helicóptero con misiles pilotado por Yahvé viendo a los palestinos como pérfidos babilonios a los que hay que regar con azufre que hierve. Los dioses que piden sangre o que la beben cuando se la ofrecen deberían ser condenados a un retablo con rejas. Y los dioses que beben orujo deberían recluirse en centros de rehabilitación. Precisamente de esto es de lo que quería hablar aquí, de Genarín y su marea, pero me enredé en consideraciones y se agotó el papel. Entre la «genarinada» se me considera un apóstata de la cosa. Explicaré mi apostasía. Mañana es su día. Genaro, escucha, el Pedrín está en la ducha.

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