Diario de León
Publicado por
LUIS ARTIGUE
León

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UNA CHICA tierna con aspecto de acabar de salir de un tango, con destreza y esperanza camina por la Plaza de San Marcelo. Guiña el sol. Ella avanza casi como cualquier otra de caseta en caseta, de libro en libro, de flor en flor. Selecciona una novedad editorial con sus manos de pianista, lee la contraportada y, al abrir ese libro por una página al azar, se lo lleva a la cara ritualmente. La huele. La miro¿ Y entonces sé que se trata de alguien especial. Dos amantes afectivos demasiado jóvenes para la rutina o la inercia, demasiado ensimismados para saber a dónde van, se paran ante otra caseta soleada. Miran, tocan. Se miran, se tocan. Ella entonces, sin saber que lo que va a hacer determinará su porvenir, coge el último libro de Marina Mayoral Bajo el magnolio y le lee a su acompañante el primer párrafo. No -le responde él- lo siento, no me gusta la literatura femenina¿ Ella se extraña, se decepciona pero le perdona al instante, y se besan poco antes de dejar el libro donde lo encontraron. Yo les miro alejarse cogidos de la mano, de los labios, y algo me dice que lo suyo no será para siempre. Claro está. Un político relajado entra en la Plaza de San Marcelo y se dirige a las casetas como un niño se encaminaría con los ojos y las manos a las nubes. Habla con un librero, con otro. Coge un libro; lo compra. Tres casetas después sin darse cuenta vuelve a comprar el mismo libro. Saluda, no a las personas sino a la gente. Lleva una bolsa en la mano y saluda con la otra. Sonríe. Anda. Para. Al salir de la Plaza mete su mano desocupada en la bolsa y se encuentra con dos ejemplares de la última novela de Manuel Vázquez Montalbán, pero ya no regresa a la Feria del Libro para cambiar uno. Todo se queda atrás. Tres jóvenes inconformistas con aspecto de bohemios, con cara de aficionados a los combates de boxeo femenino y ojos de precipicio, fuman flores africanas mientras van buscando libros de poesía. Casi no los encuentran. Al hallar en una caseta el último de Carlos Marzal se leen poemas los unos a los otros sin saber que ese poemario habla precisamente sobre ellos. No les gusta. Se gustan. Nada les gusta, no. Cogen otro libro, y otro, y otro pero no compran ninguno porque no tienen dinero. Finalmente, sin saber que leer algo así es la única revolución permitida, roban orgullosos Ensayo sobre la Lucidez de José Saramago. Un personaje de Juan José Millas, uno con pinta de ejecutivo y de neurótico, trata de pasar desapercibido en una de las casetas poniéndose cierto libro delante de la cara. Me vigila. Creo que sabe que le he reconocido. Paso cerca de él sin saludarle y se inquieta, sí, pero cuando me alejo veo que deja ese libro en donde lo encontró, saluda a Héctor Escobar, el Presidente de la Asociación de Libreros, y se sienta en la mesa que hay en medio del recinto, bajo una carpa. ¡Qué escándalo! Se ha puesto a firmar libros como si él fuera Juan José Millás. ¡Aún hay curas con sotana! Éste oculta tras unas gafas gruesas sus ojos lascivos de obseso mientras, a mi lado, pregunta con voz piadosa por algo que acaba de publicar Edilesa sobre el Camino de Santiago. Yo sonrío. El párroco libertino y tabernario, pienso, no puede engañarme. Estoy ya prevenido sobre las debilidades de la carne porque acabo de leer Recuento de Invenciones de Antonio Pereira. Me he enamorado otra vez hoy. Sí, esa chica morena de la que les hablaba al principio, ésa con aspecto de estar recién salida de un tango, me ha fascinado porque he visto desde lejos como se llevaba un libro a la cara para olerlo. Me he acercado y -oh- el libro que había olido y ahora empezaba a leer era mi novela El viajero se ha ido, como es lógico. Ya lo ven, en la Feria del Libro de León se resume todo el mundo.

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