Diario de León

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SE LE ESGUINCIÓ a Zapatero el dedo jugando a baloncesto (muerto el padle, viva el basket), el dedo del medio que llaman corazón y debe apellidarse Igartiburu, el dedo largo indicado para lucir un «que te den», ese que el gitano de Cádiz decía «er dedo zezual». Con exagerado vendaje y «encaño» se presentó ante el Papa y le tendió al saludo la mano izquierda mientras le indicaba la imposibilidad de hacerlo con la derecha al mostrarle la mano «mancada» volteando la palma, con lo cual aquel dedazo entablillado y gordo como morcilla blanca se le puso mirando al cielo tal que ensayando el gesto obsceno, o sea, que parecía una respuesta anticipada a la esperada reprensión de Su Santidad por ser don Papes jefe de un Gobierno que invade competencias sacramentales haciendo de casamentero de la homosexualidad andante y empalmante. Zapatero a continuación se sentó en la sillona de audiencias volcando exageramente el cuerpo hacia Wojtyla, cordialidad desmedida del alumno que el prefecto ha llamado a su despacho para darle un repaso y subrayarle tres suspensos, «ande, páter, no me riña». Intentó seducir a un Juan Pablo II de ancianidad inexpresiva con una mirada de tierna reverencia y una sonrisa-netol de cinemascope, pero el Papa estaba en su papel y con un papel en la mano que era como el acta de notas, perillán, que no me estudias Religión y andas por la acera de enfrente buscando votos, hala, suspendido. Algún malpensado quiso creer que el incidente esguinciador del baloncesto fue treta para no darle la mano indicada al Papa ni besarle el anillo, cosa incierta, celebrando el supuesto ingenio que le recordaba al lucido por un alcalde astorgano bruto y fascistón que, en cierta ocasión y enemistado con el jefe del acuartelamiento, se topó con él en un tradicional homenaje a los Caídos que se hacía en el cementerio el día de Difuntos. Rehusó estrecharle la mano alegando tener el brazo inmovilizado por lesión reumática, torció el mostacho el coronel y siguió el acto, pero al sonar el himno nacional, el brazo del alcalde le traicionó disparándose a lo alto en ostentoso saludo falangista, oh milagro, se le había curado. Y el militar, entonces, la lanzó al bies un reojo envenenado como diciéndole «ya nos veremos en el mus, pedazo animal, cacho cabrón».

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