Diario de León

CRÉMER CONTRA CRÉMER

Hay medallas y medallas

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VICTORIANO CRÉMER
León

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CUANDO A TRAVÉS de los medios de comunicación, que para eso están, me informaron que el Consejo de Ministros había tenido el gesto generoso de otorgar la medalla de oro de la Defensa o de lo que fuera, al ministro de la misma defensa, señor Bono, me sentí confortado. En cierto modo porque al fin habíamos conseguido instrumentar un gobierno que además de reconocer los méritos propios, no eludía el compromiso de garantizar los méritos del ciudadano humilde y errante, como el que suscribe. Y así que me dijeron los amigos y compañeros que también a mí, o sea al que suscribe, le habían concedido, a través del Ministerio de Trabajo, la medalla de oro al mérito del trabajo. La verdad es que, a la admiración que me había producido el enmedallamiento del ministro de la guerra o de la gobernación o del interior o de lo que fuera, servía, pensaba yo, para que la concesión de mi medalla llegara a su destino. O sea al pecho honrado del que suscribe. ¡Pues no! En tanto que el señor ministro en solamente cuarenta días de servicios a la patria, había sido distinguido con la nobilísima medalla y se había montado el correspondiente ceremonial, a este seguro servidor, que por cierto, había servido al Rey durante tres años en un primer envite, y luego a los ejércitos liberadores en guerra, durante otro año y pico, posiblemente le habría sido concedido como se decía en la prensa, sí, pero la susomentada medalla sin saber a qué magia atribuirlo no había llegado ni siquiera a la ciudad donde resido. ¿No le habría sucedido a mi medalla, lo que al carro de Escobar? Y oiga usted, por favor: No piense que me opongo a la concesión de la medalla al ministro el menor reparo. Si Rodríguez Zapatero dice que el señor Bono se la merecía, por sus magníficos servicios en la repatriación de los soldados en Irak, cuando apenas si llevaba dos meses alistado, sus razones tendrá, pero pienso, con los debidos permisos y disculpas por mi atrevimiento, que hasta cerca de cien años llevo yo trabajando y a nadie se le ocurrió pensar que la medalla del Trabajo concedida podría ser un acto electoral o un gesto de amigable compromiso entre correligionarios. El caso fue, es, que ha transcurrido casi un año desde aquel feliz percance y aunque he solicitado la intervención de los más sagaces investigadores, no he conseguido saber el paradero de la dichosa medalla. Me doy cuenta, mientras escribo esta comunicación con destino a la prensa, de que algún codiciosillo sin suerte piense que me puede la vanidad y no es verdad. Ya estoy curado de ciertos espantos. Solamente me interesa poner de manifiesto mi extrañeza ante la fantástica desaparición de mi medalla, cuando al señor ministro le colocaron la suya cuando apenas acababa de tomar asiento. Y según la Constitución ante la ley todos somos iguales. ¿O no? Como no dispongo de datos para sugerir pérdidas previstas ni creo que puedan existir rateros del bien ajeno, especializados en medallas honoríficas, me permito solicitar de quien pudiera encontrar una medalla dedicada al mérito del trabajo, que la devuelvan a cualquiera de las direcciones oficiales del Ministerio en esta Ciudad. ¡Serán generosamente agradecidos!

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