Diario de León

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RECONTADAS las oraciones y sus destinatarios, estudiadas las diferentes manifestaciones religiosas que procesionan por el ancho mundo .y contada la fe diversa que adorna el barullo humano, resultan existir en este planeta nada menos que cinco mil religiones, cinco mil catecismos, cinco mil paraísos, cinco mil dioses oficiales y toda la corte de santos y divinos que apareja cada una de sus teogonías. Uf. Es tropa larga. Lo peor es que cada uno de esos dioses es verdadero y ninguno de sus seguidores está dispuesto a tolerar que alguien lo ponga en entredicho. Únicamente en Birmania hay trescientos dioses oficialmente reconocidos. Pero los dioses son arma arrojadiza muchas veces y con su verbo y revelación se retacan los arcabuces contra el infiel y la razón. Y son dioses que no se despueblan de parroquia. Cada año desaparecen del planeta doce lenguas y veinte dialectos, la gente abandona el hablar que les parió y con el que aprendieron la vida de boca de su madre, pero los viejos dioses resisten en sus alcázares del dogma; no se mueren, aunque Sartre se empecinara en certificar su defunción en el santuario de la inteligencia y en el imperio laico de Occidente. Antes que la rueda, el hombre inventó los dioses. Fue algo necesario para derrotar un mundo de bichos y fuerzas infinitamente más poderosos que ellos. Inventándose un dios propio, ya fue rodado creerse centro de la creación y dueño del mundo. Y como fue fácil la cosa, los del pueblo de al lado también inventaron el suyo. Y aquí es donde vino el lío y la madre del cordero que parió todo lo demás. Cada cual hizo aliado suyo el numen metafísico, la fuerza telúrica y la venia para arremeter: Dios estaba con ellos. Y como cada dios y catecismo tiene también su infierno, cinco mil avernos nos acompañan. Y, mira tú, aquí Sartre sí que tenía razón: el infierno son los otros. Al final, todo esos dioses se encierran en uno, el dinero. No es casual que todas las divinidades suelan estar revestidas de oro o pedrerías y enclaustradas en monumentos desmedidos que sugieran su poder omnímodo. La riqueza es lo primero que se le pide a un dios. Incluso a un galileo que predicó la pobreza como camino le revisten con metales preciosos y gemas, custodias, riquezas... Cinco mil dioses distintos y sólo un dios verdadero: el oro.

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