Diario de León

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MENGUA LA COSA, mala señal. Crece el turismo rural por la castellanía andante y aún más por toda la vecindad cantábrica, mientras que aquí parece haberle meado el murciélago de la gafura, decrece, se rehúsa la oferta y un treinta por ciento de la clientela última se ha ido con sus maletas a otros sustos. No volvieron ni debieron predicar a sus parientes o colegas los milagros que por aquí vendemos en folletos con grandielocuencias de mucha naturaleza adjetivada y mucho botillamen bendito, cecinorra en los altares y osos que nadie ve. Crece el turismo en todas partes; aquí amanece para no pocos el candado de la trapa, la liquidación del negocio. ¿Inexplicable?... Todo mal tiene su causa. Pregúntenles a los que huyen o rehuyen. Algunos se sienten víctimas de esa receta tradicional que aconseja «al ave de paso, cañazo» en instalaciones o alojamientos que se inventaron anteayer con manifiesto déficit de profesionalidad y oficio. Hay bastante mastuerzo recepcionando y mucha empresa familiar con la nena gorda forzada al autoempleo y con delantal atravesado que tiene un raspe que lija las ganas de quedarse. El éxito del turismo rural es relativamente sencillo: un paraje excepcional de los que decimos nos sobran, una buena casa de solera en muros y con su encanto no fusilado en rehabilitaciones sumariales y baratas, una gente convencida de su nuevo trabajo y aplicada con afabilidad a la atención del viajero, unos precios ajustados a realidad y no a moda, una cocina auténtica, menos ensaladita tropical... y recursos de ocio y cultura en cercanías para no matarse a solitarios en la habitación y reduciendo la estancia a nuestra media hotelera, que es una o dos noches y... zapatilla. En esto del turismo rural hay mucho barullo y una tropa de advenedizos con cerebro de pelotazo o subvención. Son los que espantan y lesionan muy directamente a los pocos que le están echando ingenio, corazón y mucho trabajo a su empeño. Un cliente rebotado les hace un daño irreparable que jamás paliarán las morteradas de publicidad que le echamos al cuento, porque en esto del turismo nos fiamos más del amigo que nos conmina a conocer lo que él ya probó, que de lo que pongan los papeles, la propaganda. Cerramos minas y cuadras con la promesa de la cataplasma turística. Para este viaje no necesitábamos alforjas.

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