Diario de León

CRÉMER CONTRA CRÉMER

María Cristina nos quiere gobernar

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VICTORIANO CRÉMER
León

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POR LA CALLE lo dice la gente: «Que María Cristina nos quiere gobernar». Y no es por aprovechar la ocasión y como iniciación de repertorio ni por beneficiarme con el precio del petróleo, pero el episodio, la genialidad gráfica o la ocurrencia, me ha parecido un soberbio signo de voluntad de Gobierno. Por eso lo he acogido maternalmente en esta hospicio literario. A la misma puerta del Palacio de la Moncloa, -supongo-, las ocho dignísimas señoras ministras, con el no menos dignísimo presidente del gobierno, se desplegaron en una acción, se supone que de pura estrategia política, vestidas de punta en blanco, como demostración de la más exquisita estética política. El Gobierno total de Don José Luis R. Zapatero consta, si mis cuentas no confunden cifras, nombres y géneros de tantas señoras hombras como señores varones, consta, repito, de dieciséis miembros. O sea, a ocho ministros por barba, dicho sea metafóricamente. Y de esta reunión de la parte femenina de la Gran Corporación y su entendimiento con la otra parte contratante, depende la equilibrada función de la gobernación del país que como dijo el Padre no sé cuántos «gobierno unido y retratado con finura, jamás será vencido». Y este axioma debiera servir al señor Rajoy a la hora de ensayar alguna de sus frases demoledoras para dominar la situación. Porque es ahora precisamente, ya consumida la vacación y cumplidos los compromisos obligados por el protocolo y la costumbre, cuando estas ocho señoras ministras, demuestren que, efectivamente, no son un adorno del partido ni damas de compañía de los otros ocho caballeros de la Tabla Redonda. Porque la circunstancia orteguiana será dura y no bastará para dominar templar y mandar el toro bravo de la actualidad con darle una larga cambiada. Los índices se disparan y amenazan con derribar los torreones más fornidos. Por todos los costados de la Península Ibérica se nos cuelan inmigrantes de todas las nacionalidades y colores. El petróleo alcanza los precios más descomunales imponiendo como consecuencia una tormentosa inestabilidad. Y las guerras del Imperio no cesan. Si a esto se añade la posición abiertamente agresiva de la Asamblea de Obispos y Cardenales y la decidida beligerancia institucional de alguna de las provincias del conglomerado hispánico, tendremos, tenemos ya entre nosotros el firmamento político más borrascoso que vieron los siglos. Y esta situación, verdaderamente alarmante, no se enmienda con frivolidades como la que supone el despliegue, como para revistas de moda (Vogue), de las ocho dignísimas ministras, desplegadas en orden de batalla. Porque tiempos vendrán en los que desde los insignificantes bancos donde la canalla se asienta, surjan voces más o menos airadas, en que se repitan cánticos tan significativos como: «Tantas idas y venidas tantas vueltas y revueltas, quiero, amiga, que me digas ¿son de alguna utilidad? Porque una cosa es la virtud de gobernar y otra la ocurrencia de salir en la foto.

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