Diario de León

CRÉMER CONTRA CRÉMER

Las cosas que pasan

Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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CUANDO DIGO o me digo yo mismo para justificarme «jopela, las cosas que pasan», me refiero, claro es, a las cosas que pasan en el Universo Mundo, porque en esta ciudad de León nuestra, de todos nuestros pecados y de nuestras ilusiones, no pasa nada para que después suceda todo. Y es que llegó un momento del calendario en el cual aparecieron tantos signos emblemáticos del ser o si se prefiere de la identidad española, que uno no sabe por dónde empezar para no perderse. En ese día y hora al cual me refiero, las incansables radios y televisiones, los periódicos y las tertulias, dieron cuenta de que se estaba celebrando con la brillantez y el señorío a que nos tienen acostumbrados los feligreses de la Blanca Paloma, nada menos que la romería del Rocío, una Asamblea entre litúrgica y folklórica, en la cual se descorren todos los velos del casticismo español. Con alborozo, los penitentes peregrinos, apenas el rubicundo Febo apunta sus luces, se produce el asalto bárbaro y piadoso de la Virgen del Rocío, la Blanca Paloma que se proclama, y se produce la escena de furia sagrada más turbadora del mundo. Se canta, se llora, se baila y a los niños se les lleva en vuelo hasta las andas para que la Virgen les bendiga. Es un acto tan conmovedor que hasta las más curtidas bailadoras de sevillanas lloran y lloran y no dejan de llorar en el resto del espectáculo. Esto se repite, aunque con más moderación gestual, si bien con la misma hondura religiosa y festiva, en Madrid, cuando en el Día de San Isidro el Labrador (que muerto le llevan en un serón) las manolas y los manolos se disfrazan de personajes de Arniches y se echan a la pradera a beber agua milagrosa y a comer la maravillosa tortilla a la española. España desborda alegría por casi todas sus partes. Y para completar este calendario tan significativo y seductor, se celebra el aniversario de la muerte o del nacimiento de Lola de España. Y entonces de los religues más hondos del cante salen llorando y cantando, pena, penita, pena, los fieles supervivientes de aquellos tiempos en los cuales hasta la Hacienda pública temblaba ante la posibilidad de que la faraona, viva estampa que no se volverá a repetir en muchos años, se negara a pagar sus descuidos contributivos con el fisco. Y a lo lejos, de lo más alto de la arquitectura nacional, el Barsa, o sea la Sociedad Anónima dedica a la explotación del pelotón, encendía todas las luminarias para celebrar la conquista de la Liga española de las manos del Real Madrid, su enemigo de siempre. Y un jugador de tez morena, ágil como un leopardo celoso y con voz de tiple acatarrada, lanzaba al aire su reto: «Madrid, cabrón, saluda al campeón». Y toda España, puesta en pie se unió para la consagración de España. Fenómeno, por ejemplo, que no se produjo cuando el presidente del Gobierno, Rodríguez Zapatero apeló al patriotismo y al servicio de la nación para unir las voluntades a fin de acabar con el terrorismo. Aquí se estancaron las aguas y se perdieron las posibilidades de una navegación conjunta. Y es que España puede moverse en momentos estelares como la procesión del Rocío o como la gloria futbolera del Barcelona, pero difícilmente consigue el consenso si de acometer una gran empresa, como es sin duda la paz, se trata. Y no es la España partida sino la España en trizas. Como en España ni hablar. Tal vez sea demasiado evidente aquello de Weber que dice: «Todo se reduce a que las cosas no sean nada, no signifiquen nada, para poder serlo todo».

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