Diario de León

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LA PLUMA de Campmany, murciano de guardar, era pluma de admirar, de temer y de celebrar en su gramática, a veces parda. Tenía cáscara y tiraba con balas de colorete este arcabucero mayor de los Madriles del bigotillo, del nuevo amanecer y de amigos en el ministerio. Cultivó todo género de articulismo: rosa con espinas, banderilla de fuego, espadazo, sombrerazo con chambergo de plumas, dentellada en la yugular, melindre delicioso, costumbrismo, puñalada parlamentaria o la ascensión a los cerros de Úbeda, que es al final donde mejor obra y cuadra un escritor, porque siempre está allí media España que ha ido a lo mismo, a cerrear. Afilaba el verbo en la piedra de amolar floretes de la toledana Hostería del Laurel. Bebió toda su vida zumo de libros de estantería. Sabía y recordaba. Era un gran perro para los suyos, mastinazo de ladrido. Cuando dirigió prensa del Movimiento, era capaz con su ironía y bagage de envolver en celofán y parecer regalo lo que en boca de cualquier falangista o gobernador sería solamente una coz. Un buen púgil en el oficio de la opinión o la mentira hace que sus palabras tengan cintura. Ocurre, sin embargo, que Campmany era periodista de trinchera y eso es lo que jamás ha de elegir un buen periodista, porque no sólo ignora el otro frente, sino que jamás podrá ver la guerra desde distancia sana y objetiva. Pero Jaime Campmany se ha ido y me ha chafado una cita soñada. Hace poco más de un año me llamó su mujer y, como le resolví la cuita de su llamada, le expliqué mi sueño y dijo que sí, que lo diera por hecho, que habría partida de mus en su casa, prepararía ella una cena especial y acudirían al envite -más que a convite- Mingote y Usía contra Campmany y el menda, inimaginable, no me lo creo, júramelo, y me dijo que habría partida, está hecho, además tenemos muchas ganas de conocerte; y dile a tu hermano que le leemos mucho. Era de no creer que al fin pudiera jugar con los tres monstruos del mus, los tres más acerados duelistas de la sátira y el órdago; y yo, con estas pintas, envidando a lo pobre. La partida no se celebró nunca, aunque se intentó una vez cuadrar fechas. Lástima. Ya no será. Mientras, rindo mi pluma al arte y letra de Campmany en su final, aunque muchas de sus ideas las pongo en escabeche, que es de donde salían.

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