Diario de León

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ESTOY escribiendo una carta a mis hijos para que la lean cuando crezcan; les explico por qué colaboré con el régimen de Franco, me dijo aquel hombre excepcional. Era delegado provincial. Aún no la había diñado el Caudillo y en la clausura en Pinilla de un curso del Pepeó (promoción profesional obrera), presentes allí representaciones institucionales, autoridades y chivatos, declaró públicamente en su discurso su fe socialista; tal cual. Pensé que le meterían gran puro -detenerle, no- y le cesarían a vuelta de motorista. Pero nadie replicó, pese a la tirria sarracena que le profesaba el gobernador de entonces que era chulo por norma y de putiferio diario por devoción (llegó a ponerle dos policías de seguimiento). Aquel delegado tenía pelotas. No reparó en dar cauce al diálogo con los sindicatos clandestinos y, cuando en Fabero reventaba la cosa minera, recibía en su despacho a los miembros del sindicato ilegal de Comisiones (otros delegados les habrían metido en una lechera -furgona de leches- y facturado a Carabanchel con Camacho). Como no permitía que el tiempo se le perdiera, al año siguiente se matriculó con su mujer Menchu en el Instituto de Estudios Teológicos. Quería saber. Conocer más era para él un mandato. Admirable. ¿Y teología? Pues sí. En un cajón de la mesa de su despacho tenía siempre unos Montecristos de mazo que le traían de Benavente (no los había en estancos porque era contrabando gallego) y también una botella de The Famous Grouse (Piedad, tráiganos hielo). Resolvía más ofreciendo diálogo y un «montediós» a un arriscado comité de empresa que aplicando la ley de relaciones laborales. Recién muerto Franco, organizó mi fiesta de despedida cuando aquel gobernador me empaquetó a una mili ignominiosa precedida de un extenso informe policial donde se decía que era yo un «sujeto manifiestamente comunista». Qué cabrón. Jodida mili la mía. Acabó su discurso con un «viva la libertad» y algún poli colado en la cena lo transcribió en el puto informe como «grito subversivo», ya ves. Abandonó la política en el tranco democrático. Lo lamenté. Valía más que nadie. Perdimos contacto y anteayer supe por su hermano que murió hace año y medio. Federico Villalobos era un tipo inmenso, talla gigante. Le debía mucho. ¿Y cómo se lo pago ahora?

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