Diario de León

CRÉMER CONTRA CRÉMER

Veranear en León

Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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ASÍ COMO CADA maestrillo tiene su librillo y por él se atiene en su personal manera de disfrutar de un ocio anual bien ganado, cada ciudadano de a pie y a caballo se atiene, a la hora de cubrir ese feliz espacio, a su especial manera de ser, a su talante, que diría el presidente José Luis Rodríguez Zapatero Por lo que a mí concierte, he de confesar que donde mejor lo paso es en León, o sea en el lugar elegido para acabar con la prolongada biografía que me ha sido donada. Hubo un tiempo en el cual, acaso por epatar a la burguesía, que se decía entonces, mis tendencias para el disfrute de la vocación estival tendía a conducirme a alguna de las costas que rodean la Península y la conceden esa característica tan peculiar, que sirve para diferenciarla por ejemplo de Suiza. El mar, era para mí, hombre de secano, una especie de sueño lírico al cual concedía, en mis ratos de exaltación lírica, bellísimos madrigales. Pero una vez que se me agotaron las pilas de los entusiasmos marineros, caí en la cuenta de que para disfrutar verdaderamente de quietud, de serenidad, de soledad incluso, arrollado a veces por el canto de la alondra mañanera, no existía lugar más codiciadero que León, con su Catedral, con su Musac, con sus vinos y con sus tapas. Y así que me fuera concedido el debido permiso para pernoctar fuera de casa, como se establecía en la milicia, compuse mi librillo veraniego y a él me atengo, lejos ya de las tentaciones de las playas clamorosas, exuberantes y sediciosas. Tal vez esta decisión mía de establecer mis cuarteles de verano en León, se daba a que viajar hoy cuesta un ojo de la cara y la yema de otro y que por otra parte, tampoco está uno para distraer sus mejores ocios contemplando cómo pasa ante nosotros la chica estupenda sin decirnos nada, en tanto que en esta tierra santísima de la Virgen del camino en escapulario puedo al fin disfrutar de una vida tranquila, como la política a la que aspiran nuestros gobernantes. Por ejemplo: levantarse del dulce lecho a las tantas de la mañana es una gozada que no se paga con dinero. Yo lo haré con permiso de la autoridad competente. Dejarse caer en un corto paseo romántico, bajo la sombra paternal de los castaños del Jardín de San Francisco, es como pasear bajo sombrillas japonesas. Si a mano viene, se puede ampliar el paseo a la llamada Calle Ancha, que tampoco es para tanto y hasta llegar hasta la Catedral y extasiarse ante sus resplandecientes cúpulas. De la Catedral al Barrio Húmedo, catedral del vino, no hay más que un paso. Y así que se saborea el vino de Ardón y la cecina de «Dios nos libre», puede el veraneante regresar al dulce hogar y sentarse a la mesa, sin prisas y sin pausa, para disfrutar de una ración bien abastada. Y punto. Concedamos un tiempo para reposar la comida y desatar la imaginación. Y así que lo consigamos, volvamos a las andadas y concedámonos un tiempo feliz para recorrer el León de Noche, que no tiene desperdicio, siempre, claro es, que dispongáis de medios suficientes para visitar alguna de esas famosas casas de comidas y bebidas en las cuales les es permitido al cliente gustar los manjares más selectos del Noroeste de España. Después de lo cual, ¡ay, después de lo cual! No hay como tenderse en el dulce lecho y soñar con los angelitos. Y así, poco más o menos, un día y otro día, hasta treinta y cinco. Y entre sueños, escuchar la copla: A la mar van a parar, Amada, todos los ríos. Allí se irán a juntar tus amores con los míos.

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