Diario de León

CRÉMER CONTRA CRÉMER

Harry Potter y los niños mestizos

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VICTORIANO CRÉMER
León

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NO ES POR NADA, pero a estas alturas del calendario me siento obligado a hacer una confesión: «Yo no he leído ese libro del que tanto se habla y se escribe, que produjo en un momento clave de inspiración una señora inglesa, cuyo nombre se me hace muy difícil retener y traducir». Miles, millones de niños, más o menos mestizos, así que les llegó la feliz noticia de que el prodigioso texto se había autorizado para ser leído en un día determinado, en un momento preciso y después de jurar no anticipar su contenido ni al juez, se echaron a la calle y en lugar de perseverar en el conocimiento y corregimiento de los petardistas que acabaron con cincuenta y más ciudadanos, se dedicaron a disfrazarse de brujos medievales y a ensayar la gran mascarada del carnaval intelectual y didáctico más ancho y largo que vieron los siglos. Confieso, repito, que yo no he leído el libro famoso, que, dicho sea entre paréntesis y salvando el mejor nombre de Cervantes, por ejemplo, me parece otra de las maniobras practicadas por los brujos verdaderos de la sociedad actual que llaman de la modernidad: El libro de Harry Potter, por lo que me explican doctos profesores de las universidades más preparadas del Universo Mundo tiende a alejar a la juventud de los graves, gravísimos problemas que configuran la estructura de nuestra sociedad. Y mientras en la India, en América española, en África del hambre o en Oriente de las bombas y la destrucción, las fuerzas del mal se entrenan en acabar de una vez o de muchas veces con la civilización Occidental, los tiernos infantes, empujados por los taimados manipuladores de las conciencias, se entregan a la lectura y avituallamiento intelectual mediante la lectura de Harry Potter y sus milagrerías. Desde Walt Disney, que fue y es todavía el responsable de la opacidad educativa de las generaciones más brillantes, con esos juegos del ratón y de la gacela, o del leoncito y el elefantito bondadoso, el mundo infantil, en lugar de luchar contra el hambre se pierde en la maraña tontaina de estos enredos. El resultado de esta nueva manipulación de la infancia, es o está a punto de producirse, una sociedad entregada al cuento, a la dispersión de las ideas, al egoísmo colectivo que solamente parece haber sido formado para beneficio de malversadores de conciencias. El libro sexto de esta operación ha alcanzado un número tal de ejemplares que prácticamente tocamos ya casi a un libro por cabeza, es decir por ese producto de ingeniería mental que llamamos niño-pijo, por ejemplo. Se anuncia, en vista del éxito otenido y de que en Zambia no consiguen comer, la próxima aparición del séptimo sello de Harry Potter. Declaro que el que suscribe procurará evitarlo. Se me puede replicar, no sin razón, que resulta vano y estéril que me oponga al triunfo total de este enormísimo cuenterete anglosajón si no he leído el libro y que quizá fuera más conveniente y lógico repasar sus páginas para después someter el producto al análisis obligado. Pero es que, mi querida señora, mi probo caballero de la Orden de la Jarretierra, a mí este movimiento me huele a torpísima manipulación. Y es que ante operaciones de marketing intelectual o artístico, de este signo me surgen aquellas palabras del poeta chileno: «... Los guardianes blancos llevan la aurora al cinto y en entusiasmo de cabrones».

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