Diario de León
Publicado por
Antonio Núñez
León

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DESPUÉS DEL golpe de estado de Tejero millones de españoles se echaron a las calles en las manifestaciones más multitudinarias que uno recuerde para defender la Constitución. El asunto no era baladí: el país acababa de salir de cuarenta plomizos años de trágala y llegaba otro sujeto dispuesto a hacernos comulgar, quién sabe si otros tantos, con ruedas de molino. El tipo aquel parecía sacado de un calendario de Explosivos Río Tinto y durante un día se hizo el amo del Congreso armado con un tricornio, un bigote y un trabuco al grito de «quieto todo el mundo». En la estampa sólo se echaba de menos a Curro Jiménez y la Pantoja. Luego, mas relajado, explicó su programa de gobierno como el Algarrobo: «se sienten, coño». Aquellas imágenes son hoy historia y de la buena, gracias a que algún cámara avispado se puso manos arriba, pero dejó enchufado todo lo demás. Debió de ser algo parecido a lo que hizo Crémer cuando Franco. La única diferencia es que la tele retrataba en directo a Tejero y sus cuarenta guardias de tráfico -coño, siempre tienen que ser los mismos- mientras que Victoriano le mandaba cartas a su tía Federica, la del pueblo, desde los micrófonos de La Voz de León , igualmente tomada por los déspotas. Gracias a él estábamos en la onda. Dar una asonada a finales del siglo XX en Europa con tricornio calado no ya hasta las cejas, sino hasta las pestañas, requería también de un cronista a lo Tirano Banderas, así que a falta de Valle-Inclán escribió la crónica del juicio sumario -de sumarísimo tuvo poco-en El País , página a página cada día, su entonces subdirector Martín Prieto. Luego lo remitieron de corresponsal a Argentina, sería por alejarlo del país, donde cronicó también la caída de aquel otro régimen militar que era como el de Perón sin Evita, pero con muchos más generales. Se recomienda leer el libro que resume el juicio a los golpistas del 23-F, aunque probablemente esté agotado: habrán comprado todos los ejemplares, para retirarlo de la circulación, los descendientes de Tejero, Milans del Bosch, Armada, el supuesto elefante blanco , y algún diputado socialista amigo de ir de comilonas aunque no necesariamente de parranda ese día con el militar que había sito tutor del Rey cuando Don Juan Carlos era todavía una joven promesa. En fin, es difícil aclararse con tanto lío en la memoria, sobre todo porque tampoco se aclaró del todo el lío aquel. Debió de ser muy gordo, porque hasta el expresidente Adolfo Suárez optó por el olvido, perder memoria tan dolososa y refugiarse en el alzheimer. Este martes pasado, vigésimoséptimo aniversario de la Constitución, sacó uno también la conclusión de que el país prefiere olvidar. Los actos de celebración de la efemérides apenas han tenido fotos en la prensa, que es la forma más socorrida de llenar los periódicos sin decir nada, cuando hay puente, pero no noticias. Años ha salían retratadas y en fila india todas las fuerzas vivas del Estado, un tanto envaradas después del cuerpo a tierra de Tejero. Paradójicamente los menos estirados solían ser los únicos que no se tiraron, a saber, Suárez, Gutiérrez Mellado y Santiago Carrillo. Este último ni se inmutó en su escaño y debió de pensar «total, pa qué». «No conviene perder la memoria o acabas como Suárez y la UCD», ha debido de pensar Rajoy, adelantándose en la madrileña Plaza del Sol, donde es fama que está el «kilómetro cero» de España y de todos sus gobiernos, repúblicas y monarquías. Faltaron en la manifa el PSOE y sus variopintos socios nacionalistas. Y se echó también de menos al Rey en la pole positión o, al menos, que hubiera mandado a algún recadero o lacayo suyo. A fin de cuentas en la próxima reforma de la Constitución le va el cocido a su familia, con sobrada experiencia en el paro, aunque menos que la mía. Da la impresión de que los brindis a la Constitución del otro día, menos el de Mariano, estaban hechos con gaseosa. Si levantas la copa de Freixenet, malo, porque te pueden echar en cara los de Ponferrada que estás a favor de la opa de Endesa. Si te echas al canto un txacolí a lo Ibarretxe, peor, porque ya no quedan grandes añadas ni reservas desde los tiempos de Unamuno y Pío Baroja. Y, por último, si lo haces con un albariño, nunca mais , porque liga mal con todo lo que no sean percebes, si bien ahora en el gobierno de Galicia los hay muy crecidos. Comentando éstas y otras cuestiones con el patrón de La Moncloa (el de Madrid no, Prada el de la de Cacabelos) tampoco supo sacarme de dudas después de darle vueltas y más vueltas al futuro del país y a unas cinco botellas de Xamprada. «¿A dónde vamos a parar?», dije yo. «Y qué más da, si vamos a tope», respondió el berciano. A veces se parece bastante al inquilino de la otra Moncloa.

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