Diario de León
Publicado por
Antonio Núñez
León

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PARECE ser que los gallegos no caben en Galicia, así que el BNG propone expandirse hasta el Bierzo leonés, del Ribadeo de Lugo al Vegadeo asturiano y al lago de Sanabria por la parte de Zamora, justo hasta donde tiene la casa solariega el suegro de Roldán en Rionegro del Puente. A veces la toponimia, sin ser una ciencia exacta, no deja de sorprender y el caso es que los nacionalistas del Bloque necesitan un «espacio vital» para crecer como nación. En esto son poco originales, porque ya lo inventó Hitler hace la tira de años para anexionarse Austria, Chequia, Eslovaquia y Polonia, alegando similitud de culturas, etnias, costumbres, lenguas, lazos históricos, etcétera, según le convenía en cada caso. Acabó como acabó seguramente por no incluir la cerveza como vínculo común e indisoluble. También es cierto que desde el Finisterre hasta el puerto del Manzanal, eso como mínimo, la gente comparte desde hace siglos una serie de elementos culturales que van desde la vieja y cantarina lengua galaica -la única, con el italiano, que tiene modulaciones musicales- hasta las castañas, el botillo, que otros en la imprecisa frontera llaman androlla , la gaita, el clima y, por supuesto, el orujo. Incluso está escrito que allá por el siglo XIX el Bierzo fue la quinta provincia gallega con capital en Villafranca. Y el obispado de Astorga tiene todavía jurisdicción hasta las parroquias de la Rúa Petín y el Barco de Valdeorras, en Orense según se mira al norte -si bien algunos han perdido la estrella polar- llegando antaño por el oeste hasta más allá de la Sanabria, incluida Bragança y los lusitanos Tras os Montes. Se recomienda a los del BNG, por si les interesa ampliar el mapa, pedir consejo al obispo de Astorga, don Camilo, que es de la parte de Orense y, si no les da soluciones ni absoluciones a sus geográficos pecados veniales, echarle una instancia al alcalde de Igüeña, Laudino García, que también tiene pinta de pastor y apacienta a lo laico desde los años setenta un municipio minero y fronterizo de indígenas, gallegos y portugueses en el que todos viven en paz, aunque nunca falte algún cabrito. Sólo en el bar se dividen en dos: madridistas y culés, por lo demás como en todas partes. Tienen razón Rodríguez Zapatero y el presidente de la Xunta, señor Touriño, al decir que la actual polémica sobre el expansionismo gallego carece de la menor importancia. Efectivamente es una cuestión de soplagaitas, y no como la de Hitler, de modo que aquí no vamos a hacer del conflicto más que un boicot a Freixenet: las nécoras son las nécoras, todo lo demás pamplinas y más vale no darle pasaporte al centollo o al pimiento de Padrón. Con las cosas de comer no se juega. Es pronto aún para saber cómo acabará esta enésima bobada de los nacionalismos de berza y repollo. Quienes la promueven, o sea el Bloque y el PSOE, deberían leer a Wenceslao Fernández-Flórez, que ya explicaba hace un siglo por qué los gallegos no cabían más o menos en Galicia: se moría el padre, dejaba en herencia la vaca con su huerta y cada una de las cuatro patas caía en el prado de un hijo diferente. La vaca no, pero de éstos últimos estaba claro que por lo menos tres tenían que emigrar. Ahora el rabo hace sombra en el Bierzo, manda carallo. Minifundios. Se ha liado una bastante gorda, pero no es para ponerse así. En los tiempos antiguos, cuando en Galicia no había vacas para todos, los paisanos cogían el vapor de Buenos Aires, primera ciudad del mundo en número de gallegos, donde todo descendiente de español se supone que es del Bloque. Da igual que seas Mariano Rajoy que Ibarretxe o Carod-Roriva. Allí, en cuestión de nacionalidades de origen y como estado de aluvión cultural, lo más que afinan a distinguir son tangos de milongas. Cavilaba hace ya años un servidor que el problema del Bierzo, una vez chapadas las minas, era el Consejo Comarcal, que se reparte toda la pasta gansa de la reconversión, y mandarlos a todos a la Patagonia. Ayer, sin embargo, recapacité y creo haber cambiado de opinión a tiempo: si el BNG quiere el Bierzo, que se lo quede, pero todo, incluida la nómina de los consejeros comarcales. Lo único que merecería la pena negociar sería Cacabelos con un estatuto estilo Puerto Rico como ciudad «libre-asociada». O como Mónaco, de la que naturalmente el príncipe sería Prada, que manda más que Rainiero de Mónaco en su pueblo. No hay todavía encuestas sobre lo que opina la opinión pública, valga la redundancia, del Manzanal para allá. Los de La Bañeza, que cae para este otro lado, lo tenemos muy claro, tal vez porque estamos situados en el kilómetro 303 de la carretera Madrid-La Coruña, exactamente en la mitad: cuando unos van nosotros estamos de vuelta. Parecemos hasta gallegos.

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