Diario de León

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QUIEN SUELE trabajar con cerdos (si es listo; el cerdo y él) acabará sabiendo mucho de hombres; y diría también de mujeres, como me aconseja Zapatero en su lenguaje igualitario, si no fuera porque en este caso tendría que nombrar también a las cerdas, que haberlas, haylas; y cerdos guarros, ni te cuento; cientos y cientos. Hubo un tipo grande que hace quinientos años se obligó a la denuncia profética y a la matemática del horror delatando desde los primeros tiempos de la conquista española de la Indias la salvajada etnocida, el gran pillaje y el abuso. Lamentablemente, todos sus testimonios verídicos (un sincero y valiente mea culpa nada fácil de ver en otros colonizadores y países) pasaron a engordar el lomo de la Leyenda Negra donde la mitad es patraña graciosa y escándalo en ajeno de ese ingenio francoinglés tan literario, luterano, grandón y suficiente. Bartolomé de las Casas, que llegó a las primicias americanas como encomendero y que tenía un esclavo indio que le regaló su padre hasta que fue finalmente liberado, se preparó para ordenarse cura mientras se dedicaba en La Española y Santo Domingo a la cría de cerdos (como García Machado) y a labranzas. Fue estanciero. Después se haría dominico empecinándose en las denuncias de esta orden en defensa del indígena y condenando las encomiendas. El indio, decían él y la teología sana de Salamanca, era sujeto de derechos, entidad libre e intocable en su tierra. No le hicieron caso los otros encomenderos, los jerónimos y tantos frailones trabucaires que entendieron la colonización como conquista y el evangelio como oro y dominación. Cuidando cerdos De las Casas aprendió el impulso codicioso e insaciable del hombre. Una piara o una cubil de gochos muestra las jerarquías y los privilegios de toda comunidad o nos recuerda el dicho que tan bien nos define: «al vecino, ni tocino». Haz una prueba: Cuece patatas en caldera como antes se hacía en la crianza del marrano; el olor alerta e inquieta a los de la pocilga; esperan el premio; las patatas les pirran sobremanera; vuelca el patatamen hirviendo en la comedera; allá viene el cerdo dominante y le hinca el diente; se abrasa; bufa; pero no suelta la presa; jamás; y con ella entre los dientes se dedica a dar vueltas para enfriarla. Como los hombres.

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