Diario de León
Publicado por
Antonio Núñez
León

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NO ES frecuente caerse del guindo a los cuarenta, más que nada porque tampoco son edades para subirse a él, como le ha pasado esta semana a Rajoy en el asunto de las negociaciones entre Zapatero y ETA. En el último debate sobre el estado de la nación no se rompió la crisma de milagro, así que ahora, ya con los piés en el suelo, el gallego ha roto relaciones con el leonés y le ha dicho algo parecido a «yo contigo no voy ni a atropar billetes de mil». Y quien dice verdes dice treguas terroristas. A buenas horas. Entre paisanos estas cosas se veían venir y recuerdan al chiste aquel de las fiestas de Benavides de Órbigo cuando se les rompió el cristo un día antes de sacarlo en procesión. «Este brazo no tiene arreglo», le dijo el carpintero al cura, «pero he visto en la huerta un ciruelo en forma de cruz que, pasándole un poco la garlopa, puede que dé el pego». Dicho y hecho, al día siguiente salió la procesión con la gente tan contenta como cualquier otro septiembre hasta llegar a la plaza de los Ocho Caños, donde el ácrata más viejo del pueblo, que pudo haber sido cierto tío mío, se encaró directamente con el cristo y le soltó: «yo a ti te conocí de ciruelo». Es, sobre poco más o menos, lo que me pasa a mí con Zapatero. Pero no a Rajoy, el cual, afeitada la barba del accidente de tráfico que por poco lo desgracia en la juventud, aparte del helicóptero que se le cayó después, otras cicatrices no tiene y se queda en un chavalín barbilampiño frente al de León, cuyo talante no vea usted cómo se las gasta. Quizá el mejor retrato de ambos lo hizo el ex rector de la Universidad de León, Miguel Cordero del Campillo, emérito donde los haya, cuando mi compañera Ana Gaitero le preguntó en una entrevista previa a las últimas elecciones quién de los dos iba a ganar: «Rajoy como gallego parece muy zorro, pero el otro es serpentino». Mi amigo Miguel, que además de catedrático de veterinaria también fue senador allá en la transición democrática, es un reconocido experto en animales, rama de parasitología, una de las que tiene los diagnósticos más difíciles y jodidos, con perdón. La prueba es que él mismo, reivindicador de la figura de su colega y ex presidente también leonés de la República en el exilio, don Félix Gordón Ordás, quedó vacunado de la política en los años ochenta. Es lo que ha ganado en salud. Como se decía, es probable que Rajoy tenga en Madrid un amplio elenco de asesores, a cada cual más culto y urbano, para orientarle en los astutos vericuetos de la política nacional, pero está claro que no entienden de ciruelos. Ni de lenguas bífidas, como diría el veterinario, que no es nada sibilino. Servidor, en cambio, que tiene fama de tener muchas conchas y hasta escamas viperinas en algunos círculos políticos donde el que menos se mueve como un escorpión, se envenenaría mordiéndose la lengua si Mariano le hubiera preguntado antes y no le hubiera silbado y prevenido que por el camino que lleva hay bichos muy malos, no sólo culebras. Ahora mismo por Caja España, en vísperas de elecciones, andan hasta ciempiés, que otros llaman consensos. Desde los lejanos tiempos de la transición no se había vivido una situación como la actual, según se dice oficialmente, han «roto relaciones». En un matrimonio resulta fácil, porque con no dirigir la palabra a la ex contraria aquí paz y después gloria. Pero en política no es lo mismo, dado que aquel con el que pactaste te lo encuentras a diario cara a caca en el Parlamento y no queda más remedio que hablarle o, por lo menos, discutir a voces. Así andan de zumbados la mayoría de los diputados y no es para menos: la política hace extraños compañeros de cama. Volviendo al cristo de Benavides, el del brazo roto que hubo que cambiar improvisándolo por otro, se advierte desde aquí por enésima vez a Mariano que el problema de España es el mismo, sólo que con diecisiete fracturas, llamadas ahora autonomías, nacionaes, realidades nacionales, etcétera. Así no hay veterinario que recomponga el esqueleto. Salvo Zapatero, que tiene soluciones para todo: la primera es dejar que vascos y catalanes se autodeterminen o amputen y luego juntarlos en la UE. A eso se le llama antes «pegamento y medio». Podría funcionar. La otra es cambiar el cristo, si cuela, como hicieron los de Benavides. O sea a todo dios, empezando por el titular de la monarquía, que Zapatero elogia como «rey republicano» y Carrillo como «el primer funcionario de la república». Tal como anda el reino a un servidor se la suda y más con estos calores. Como diría el ácrata de Benavides, yo también he visto muchos ciruelos, incluido Franco y, a fin de cuentas, este asunto sólo les incumbe a Letizia y Leonor. Qué sofoco, tías.

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