Diario de León

CRÉMER CONTRA CRÉMER

En libertad con cargos

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VICTORIANO CRÉMER
León

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AL FIN he comprendido que mis limitaciones son extensísimas y copiosas y que una cosa es querer y otra poder. Querer, como querer, siempre he deseado -ahora me doy cuenta- lo que nunca podría alcanzar y así cuando mi madre, que era una mayorazga, sin posibles, de las que tanto abundaban por las tierras planas de espigueos, intentaba azuzar mis escondidos talentos me preguntaba: «¿Y tú, hijo mío, qué quieres ser cuando seas mayor?». Yo le respondía, incluso poniendo en la respuesta todo el cariño que en su pregunta contenía: «Yo, madre, juez de paz». No entendía bien lo que aquello podía significar ni a qué esfuerzos estaba llamado si perseguía su dominio, porque un juez de paz, me decía, venía a ser el sumo grado de la Magistratura, algo así como el Tribunal Supremo, al cual habría que apelar para el reconocimiento de la verdad. Luego, al correr del tiempo, que suele dar gusto a todos y descartar a quienes se encomiendan a la casualidad, a la suerte o a la protección de la virgen del poblado, al final se encuentran en que su preparación, su disposición y sus posibilidades apenas si daban para porquerizao de la comunidad. Luego he tenido ocasión de conocer y aún de tratar a figuras relevantes de la vida social que con todo merecimiento habían conseguido ser titulados jueces de paz y lo que resultaba más sorprendente, que en el ejercicio de su menester habían merecido la admiración y el respeto de sus conciudadanos. Ser juez de paz, me decía en mis soliloquios, debe ser en primer lugar responsabilizarse con la ley, con la verdad y con la justicia. Teniendo, naturalmente entre sus estímulos principales, la defensa de la paz entre todos los hombres, incluso los de mala voluntad. Como se puede y se debe apreciar mis ideas sobre la figura del juez de paz, eran muy elementales, pero al decir de mi madre, la pobre frustrado, muy lineal, muy limpia de arabescos retoricistas, muy comprometida precisamente con la verdad. De ahí que cuando, en estos días agitados de malhechores en plena faena, con bandas de los más diferentes idiomas y dispositivos, se dedican con iracundia y ferocidad selvática a robar al prójimo, me resulte difícilmente aceptable que así que el ladrón de turno o la banda en acción es apresada, surja un juez que a la hora de discernir sobre la culpabilidad del detenido, precisamente por indicios claros de latrocinio, decida poner al recluso en libertad «con cargos». ¿Qué quiere decirse con esta demostración de misericordia legal? ¿Qué el tal maleante ha realizado tan bien su trabajo que ni el juez más sagaz ha podido aclarar su situación? ¿Se quiere indicar claramente que el tal fulano -rumano, croata, ruso, montenegrino o tanzanio-, queda en situación de seguir robando en espera de volver a caer en manos de la policía, pero con la benevolencia de jueces que solamente son capaces de condenar al pandillero a libertad con cargos. Pero ¿de qué cargos se habla? ¿De los cometidos o de los futuros? ¿No sería más razonable y justo meter al detenido en la cárcel?.

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