Diario de León

CRÉMER CONTRA CRÉMER

La desobediencia y las elecciones

Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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HUBO UN TIEMPO en el que, en vista de la mala disposición del ibero para el cumplimiento disciplinado de la decisiones de los gobernantes, que, como dice el cuento, «trabajan por la mejoría de la clase media y baja», se decidió que se impusieran leyes drásticas para dominar el impulso desobediente, anárquico y un tanto terrorista del ciudadano en general, con muy escasas excepciones, que no servían más que para confirmar la regla. Y, para ejemplo, llegado que era el tiempo siempre peleón de las elecciones, como se comprobaba por la historia, que el ejemplo se solía pasar por debajo del arco de Pelayo la obligación cívica de votar, como incumplía el precepto dominical de acudir a la misa de la parroquia, la ley establecía que aquel que no votara como era su deber, no obtuviera la cartilla del racionamiento o la licencia para pescar. De modo que, en los tiempos, siempre recordados para mal, del ferrolano convertido en el Caudillo de España, el que no acudía a las urnas se quedaba a la intemperie y sin pan. Que ya la situación se resumió en una frase famosa: «Con pan y sin pan, resistid». Y resistimos. ¿A qué se debía esta condición indisciplinada del español cuando se le sugiere la sanísima idea de aceptar los buenos consejos de los políticos de turno, tocados de la mano del diablo cojuelo a la hora de gobernar? Pues a eso, a que en España, cuando menos desde Viriato, que era portugués, no se ha dispuesto de un gobierno claro, sereno, puro y eficaz. En España siempre se ha gobernado mal, a gusto de los unos o de los otros, pero mal y llegado el momento de la venganza, el pueblo, cabreadísimo, dicen que por estar precisamente que votan, no votan. Como sucede con la benemérita medida que nos abruma en la actualidad, de la prohibición de fumar. El Gobierno, a través de la consabida ministra del ramo del humo, prohíbe fumar hasta en los bautizos, condenado al fumador (o sea a cerca de treinta millones de ciudadanos indígenas y recién llegados en patera) a vivir del aire puro, que es el más pernicioso para la salud. Lo mismo sucede con el putrefacto carnet por puntos para la conducción de automóviles, motocicletas y aviones de aire: el que incumpla alguna de las normas establecidas el español sigue muriendo en carretera, desobedeciendo todas las indicaciones brindadas por la superidad. Y si esta desobediencia civil que hace evidente al cabo de las pocas semanas de prueba de la ley que la protege, cuando los hombres más públicos, y no digamos de las mujeres también públicas, establecen una norma, dictan una ley o imprimen una línea de conducta, la desobediencia, la indisciplina, la real gana es tan ostensible que uno acaba por explicarse la anárquica gobernabilidad de los unos y de los otros, como resultado de la desobediencia civil de los españoles que parecen haber nacido para la desobediencia...

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