Diario de León

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FRANCOfrancofranco, aquella trinidad orgánica del tresenuno (jefe, amo y caudillo) no estuvo nunca en el teatro Emperador, aun siendo no pocos los actos de solemnidad institucional y ceremonias del Régimen celebrados en este purpurado recinto con mucho tararí, cortinón y alabarderos a la puerta con naranjero en bandolera. Franco cruzaba León al menos cuatro veces al año; sin embargo, sus visitas oficiales fueron pocas; la última, cuando el congreso eucarístico, pero entonces le entronizaron en el palacio de los Gañanes, en la catedral o en Papalaguinda (a palparte la guinda, rapaza). Se ve que no cuadró la cosa o el momento, así que el generalísimo no entró bajo palio ni a corpo gentile en esta escena de la comedia, de la risa y el lagrimón, lo que facilita que ahora no tengan que andar borrándole del libro de firmas, de las placas o de las panoplias de los honores desenterrando agravios o curándose de vieja ignominia, como han hecho hace unos días en la fonsecada universidad de Santiago retirándole la gratuíta concesión que en su día se le hizo a Franco con un doctorado honoris causa por la cara del egregio (¿o por el culo del claustro?). Al efecto se alegó que la retirada se hace por carecer el susodicho general de méritos contrastados y por la falta de libertad que padecía la España que lo nombró. Hombre, chacho, si por no concurrir méritos suficientes se ha ganado con largueza que le desposean de un honor indebido, hágase también lo mismo con algunos doctores por causa de honor, tenida cuenta que no pocos se concedieron en el marco de amiguismos, intereses o puta política, pues no puede negarse que las élites universitarias también están constituídas en «sociedad de homenajes mutuos», esto es, «tú me ojomeneas y yo te ojomeneo... gaudeamus igitur». La vida institucional leonesa (también aparejada con mucho teatro provincianote) sólo tuvo durante décadas un escenario de solemnidad para alojar sus fastos, el Emperador. No había inauguración pomposa o clausura de congreso señalado que no utilizara este escenario para sus liturgias y los ceremoniales de banderas, correajes, discursos y pamplinas al viento (aún hay palabras flotando en el éter de este teatro que ruboriza el recordarlas, aunque nadie se dio entonces por ofendido al escucharlas).

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