Diario de León

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CUANDO el minucioso Gómez Moreno inventariaba la monumentalidad leonesa para embutirla en su catálogo (impagable su esfuerzo), vió la mordida iglesia viuda del viejo monasterio de San Miguel de Escalada en su mirador del Esla y se le cayó el alma a uno de los sepulcros visigóticos por allí esparcidos que los lugareños aún no se habían llevado a casa para convertirlo en pila de los gochos o abrevadero de corral (otro monasterio cercano, el de Eslonza, tiene sus piedras aún hoy repartidas por casas, tapias y esquinazos de todos aquellos pueblos, piedronas angulares, molduras, canecillos, balaustres... y del monasterio de san Julián en Ruiforco no dejaron ni los morrillos de la cimentación y por eso ni los arqueólogos son capaces de indicar cual fue su asentamiento). Por entonces, otro docto en estas materias, Menéndez Pidal, consignó la tragedia de este irrepetible monumento mozárabe (o morisco-mudéjar-califal, que también así van a llamarlo ahora). Vio que le se movía el suelo bajo los pies, que el monte en cuya ladera se alza le empuja o arremburria con esa expresión tan leonesa del «arímate pallá». Y los muros, entonces y ahora, dicen que quieren rezar sentados. Los males de este templo están, más que en los sucesivos abandonos, en las deslizantes arcillas sobre las que se levantó. Ahora se carga la suerte y las culpas a la Junta, cuya indolencia, por otra parte, es manifiesta y cuasidelincuente, pero el asunto es para los arquitectos un peliagudo problemón de solución muy compleja y no menos arriesgada en su resultados inciertos. No es fácil detener el monte, esa lenta, muda e imparable avalancha de empujes milimétricos. Han intentado pilotajes, paramentos, inyecciones de lo que sea y pegamentos de lo que inventen («si hay que hacerlo, se hace, pero hacerlo para ná...»). Cada arquitectillo ha ensayado aquí su librillo. Y sigue la ladera arremetiendo con ganas de echar a esa iglesia del banco en el que se le mueve el culo. Del viejo monasterio que flanqueaba triangularmente esta iglesia hace ya siglos que tampoco queda nada de nada. ¿Lo desmontaron estos empujes o lo empujó la paisanada lugareña para pillar piedra canteada? Esta iglesia tiene el alma en los pies; y lo que es peor, los pies en el aire, sobre barro empapado, presto el patinazo.

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