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Relaciones suelo-vegetación en la zona suroriental de León

La evolución ha hecho que los sustratos silíceos se hayan ido transformando en dehesas y los calcáreos se han ido enfocando, sobre todo, hacia los cultivos cerealistas

Publicado por
María Elena de Paz - león
León

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Desde tiempos remotos ha sido reconocida y aceptada la relación existente entre el suelo y la vegetación. Aristóteles y Teofrasto ya consideraron el suelo en relación con la nutrición de las plantas. Pero desde la caída del Imperio Romano, con la decadencia del pensamiento científico en Europa, el suelo pasó a ser considerado, básicamente, como un soporte inerte, un medio para el enraizamiento de las plantas. No es hasta el siglo XVIII cuando se establece la relación directa entre suelo y planta. La vegetación es importante en cuanto a su implicación en los procesos de meteorización física y química y, a su vez, el suelo presenta unas características que determinan el tipo de vegetación que será capaz de desarrollarse sobre él. Del mismo modo, la vegetación proporciona información acerca de las condiciones del suelo. Es evidente, por ejemplo, la dependencia que manifiestan las plantas frente a la composición química del suelo, de manera que la acidez o basicidad de éste condiciona la existencia de especies acidófilas o basófilas; como consecuencia, la presencia de unas u otras especies delata esas características del suelo. El concepto de suelo como sustrato para el desarrollo vegetal se apoya en dos funciones fundamentales: como soporte mecánico de la vegetación y como fuente de elementos nutritivos esenciales para las plantas. En base a este concepto de suelo como sustrato se ha pretendido analizar, mejorar, organizar y predecir el desarrollo vegetal de manera que se pueda determinar la aptitud y manejo de los suelos frente a los distintos usos o actividades posibles. En una investigación realizada en la Universidad de León por la autora de este artículo, bajo la dirección de los doctores Angel Penas Merino y Eduardo Alonso Herrero, se han estudiado las relaciones existentes entre los suelos y la vegetación climatófila (aquélla que únicamente recibe el agua de lluvia) de la zona suroriental de la provincia de León. Concretamente el área que, en biogeografía, conforma el sector Castellano Duriense en la provincia, el cual incluye la mayor parte de las comarcas Esla-Campos (Valle de Eslonza, Los Payuelos, Tierra de Mansilla, Los Oteros, Las Matas) y Tierra de Sahagún, así como parcialmente la comarca de Tierra de León. Evolución La vegetación de la mayor parte de la zona se encuentra en sus etapas sucesionales más degradadas, en gran medida consecuencia de la continua acción antrópica. Su evolución ante los cambios de uso del territorio, tanto de carácter conservacionista como desarrollista, está totalmente ligada a las características bioclimáticas y de vegetación, así como a las características del medio, principalmente suelos y geomorfología. Por ello el estudio de las relaciones suelo-vegetación es de suma importancia para comprender la evolución de estas zonas en el espacio y en el tiempo frente a la variación o implantación de los diferentes usos del territorio, puesto que a través del conocimiento de la génesis del suelo (edafogénesis) y la vegetación se pueden llegar a definir los procesos fundamentales que afectan o pueden modificar dichos usos, como erosión, sedimentación, revegetación, salinización, etc. Para conocer en profundidad las condiciones actuales del medio físico y sus relaciones con el medio natural, se realizaron estudios concretos en diversas áreas de los interfluvios de los ríos Torío, Porma, Esla y Cea, con el fin de localizar las zonas menos transformadas por la acción humana que conservan restos o vestigios de su vegetación climácica, es decir, la de máximo desarrollo biológico estable. En primer lugar, se aplicó una metodología de tipo «analítico» consistente en el análisis pormenorizado de los parámetros litológicos, geomorfológicos, edáficos y de flora y vegetación de las diversas expresiones del paisaje vegetal. Posteriormente, mediante una metodología de tipo «sintético», se determinaron los distintos tipos de suelos existentes y se caracterizaron las condiciones del medio natural, tanto de las comunidades vegetales como de las series de vegetación presentes en el territorio, con objeto de conocer en profundidad el paisaje. En general, cuando la vegetación ha conseguido su etapa clímax (bosques de encinas o quejigos en el área que nos ocupa) se encuentra en equilibrio con el suelo en el que se desarrolla de modo que, inicialmente, sólo un cambio brusco en la vegetación desestabilizaría ese equilibrio. Si se produce ese cambio, a partir de él puede iniciarse una degradación del suelo (erosión, roturación, acidificación, incendios¿) o bien puede restablecerse de nuevo el equilibrio al cabo del tiempo, dependiendo de que se mantenga o no el origen de la alteración y de la intensidad de la misma. Por ejemplo, la deforestación y posterior roturación hace que los suelos sean fácilmente decapitados por la erosión, de manera que las condiciones edáficas varían considerablemente modificando el medio y, a la vez, facilitan la entrada de especies que encuentran un hábitat adecuado a sus necesidades. Sin etapas maduras En muchas zonas del territorio de estudio no llegan a desarrollarse nunca las etapas maduras, es decir, los encinares o los quejigares. Es el caso de laderas expuestas a solana donde la sequedad estival es especialmente manifiesta. En ellas, las comunidades que se desarrollan con posterioridad a una degradación intensa del suelo es muy difícil que alcancen tamaño y cobertura suficientes como para evitar la erosión que se produce por la pendiente. Se instala un matorral de baja cobertura, que precisa del sol para desarrollarse y que se mantiene indefinidamente puesto que se alcanza un equilibrio entre el suelo que se acumula y el que se erosiona. Generalmente, son aulagares aunque, en situaciones más extremas de degradación, pueden prosperar únicamente comunidades rastreras, como tomillares o tomillar-praderas. A partir de los datos obtenidos en los estudios de campo y de laboratorio, se han definido las relaciones existentes entre las distintas comunidades vegetales y sus biotopos edáficos. La vegetación que caracteriza el sector Castellano Duriense corresponde a la serie supramediterránea basófila de la encina y se desarrolla sobre materiales de la Cuenca Terciaria del Duero; fundamentalmente sobre calcisoles y cambisoles calcáricos, suelos cuya característica común es la presencia de carbonato cálcico en su composición. La evidente escasez de extensas masas forestales en el territorio se debe a las actividades que tradicionalmente ha desarrollado el hombre, principalmente deforestación y roturación, tanto para labores agrícolas como para pastoreo. Los sustratos silíceos se han ido transformando en dehesas y los calcáreos se han enfocado, sobre todo, hacia los cultivos cerealistas.

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