Diario de León

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CÓMO ser grande sin ser grandón no fue un secreto en Jose María Suárez, el hombre cabal que siempre nos llegaba con la palabra por delante y la mano tendida... y una ironía inteligente y cordial para pulir la lija de los días y la mentecatez de esta dehesa. Y nos dejó -otra vez la ingratitud o la tardanza inexplicable nos perseguirá- con la palabra debida, el homenaje pendiente y la gratitud estancada. Hace unas semanas le despedíamos Susana y yo en el andén de la estación en su camino a las cirujías madrileñas. Bromeó con el incordio y las heridas, como siempre; y la entereza y el humor estuvieron convocadas en el abrazo. Josemari, vuelve pronto, que nos espera el carriego cultural de Santos, el verbo compadre de Victoriano, Seve guiñándote, Ramón dando brocha al ánimo... y ese arroz con menudillos que borda Estrella en Villaobispo. Y la risa franca, el quiebro ingenioso, la historia viva en tus recuerdos, las banderillas de fuego para el modorro, la cita culta y jamás pedante... y ese toreo de estrado que fue siempre lidia de primor en un jurisconsulto de talla enorme. Créeme, querido amigo, que el hueco que dejas es tan inmenso como tu memoria y tu estilo... Pudo Jose María Suárez medrar en los alfombrones de la alta política, destinarse a otras alturas o lejanías y, sin embargo, se grapó a su tierra, su querencia, los suyos, su trabajo... Su leonesismo era cierto, nutrido y conocedor; patriota serio. A la política llegó aprendido y doctorado, la política le costó hacienda y, al cabo, la política bisoña de los emergentes y cazuelines le ladeó despilfarrando todo el capital que acumulaba. Mira, Pedrito, lo que son las cosas: antes los ceniceros del comité ejecutivo del partido quedaban llenos de colillas y ahora sólo de pipas y chicles... como a la entrada de los futbolines o en reunión de guajes en la Píjara... Estudiaste, festejaste, leíste, aprendiste, amaste, sufriste, gozaste, impartiste lección, arropaste, escribiste maestría, ayudaste, te reíste, no doblaste, no agachaste, luciste tu derredor... Mírate, Josemari, y reconocerás haber vivido... pero renegaré de no poder vivirte más, aprenderte más... y pagarte tanta deuda y aquellas cartas que agüevaban al coronel que me tuvo preso en Gerona. Iré a tus cumbres de Picos, a tu escalar... pues tú serás siempre montaña.

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