Diario de León

PANORAMA

Perezas de la opinión pública

Publicado por
VALENTÍ PUIG
León

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EN ESPAÑA cada vez se desdibuja más la separación entre la opinión de las elites de más cualificación y la opinión masificada. Los líderes de opinión han ido de forma gradual o vertiginosa adaptándose a lo que intuyen que es el mundo de sensaciones del público, en lugar de formular una opinión que al público le sirviera para entender lo que pasa y no para sentirse reconfortado con lo que siente. Ortega decía: «La vida real es de cierto pura actualidad; pero la visión periodística deforma esta verdad reduciendo lo actual a lo instantáneo y lo instantáneo a lo resonante». Eso significa un alejamiento de toda noción del bien común como algo que trasciende los intereses y las opiniones particulares y que es fruto de un debate racional: es decir, lo que anticuadamente llamaríamos opinión pública. Digamos que las personas privadas acceden al ejercicio de la ciudadanía al dar expresión libre y ponderada a sus opiniones sobre el interés general de la sociedad en la que viven. Una opinión pública, por lo demás, debe ser porosa para que mayorías y minorías tengan su espacio de expresión. Para el Ortega de «La rebelión de las masas», la ley de la opinión pública es la gravitación universal de la historia política. Lo que pasa -añade- es que a veces la opinión pública no existe. Por una parte, se da por supuesto que toda elección moral debe hacerse bajo el impulso de una emoción; por otra se suministra tele-basura con salsa rosa para generar una degradación del sentimiento. Todas las opiniones valen lo mismo. La arbitrariedad es ahí una consecuencia del igualitarismo frente al valor racional. Veamos por ejemplo hasta que extremo puede llegar la pugna por el lenguaje: es el caso de denominar a los terroristas de ETA como luchadores por la liberación nacional o activistas del independentismo vasco. Internet, por ejemplo, cada vez más en competencia con los medios escritos, es una culminación de la libertad hecha posible por la tecnología pero también un compendio de la banalidad irresponsable, del rumor sin fundamento, de la insidia deliberada e impune. La mayoría de análisis coinciden en que la corrupción pública afecta de forma negativa el crecimiento económico y a la vez deteriora la legitimidad de las instituciones. En el caso de la corrupción confabulada entre prensa y poder político quedan afectadas la seguridad jurídica de los ciudadanos y la propia credibilidad de la información y opinión formuladas. Los nuevos caciquismos políticos requieren de un caciquismo de opinión, a partir de la deformación y manipulación informativa. También la opinión pública se corrompe. Y así se corrompe y coarta lo que es sociedad civil, de imposible existencia sin una opinión pública clara y libre. En territorios en los que sea notable la hegemonía mediática de un nacionalismo -como es el caso catalán o vasco- los mecanismos de opinión publicada y de opinión pública coinciden con gran frecuencia con el efecto estudiado por Elisabeth Noelle-Neumann en «La espiral del silencio». Es, por decirlo en términos coloquiales, el respeto y el temor al que dirán. Entre discrepar de la opinión hegemónica y adherirse expresamente, la opción es el silencio. En ese silencio se ocultan bolsas de votos o de abstencionismo que no detectan las encuestas y sondeos. También se le llama «ley de reputación». En la inmediata posguerra española, no era bueno «significarse». Es la opinión ambiental ejerciendo una presión indebida sobre la libertad de elección del individuo y la racionalidad que es la aspiración de una opinión pública ilustrada. Al reconocer la prensa como poder espiritual, Ortega también hablaba de periodistas como una de las clases menos cultas, que admite en su gremio a pseudo-intelectuales chafados. Llenos de resentimiento y de odio hacia el verdadero espíritu. Entienden por realidad del tiempo lo que momentáneamente mete ruido, sea lo que sea, sin perspectiva ni arquitectura. En realidad, una opinión pública perezosa también es una forma de corrupción.

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