Diario de León

Y enero se volvió septiembre

Los cuatro alumnos que han permitido recuperar la actividad docente en el colegio de Sosas de Laciana, después de casi una década cerrado, inician las clases y el periodo de adaptación

Araujo

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Vanessa Araujo - corresponsal | villablino
León

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Primero tocó adornar la clase. No es que se adivine la presencia de grandes genios mundiales de la pintura y la escultura entre el alumnado de la clase, que cuatro niños tampoco dan para mucho más, pero sólo con la ilusión que se les adivina en el día del estreno ya vale la pena. Luego el asunto fue tratar de aprender los días de la semana. Para el primer día de clase, hacer de un martes un lunes no es difícil si enero se ha vuelto septiembre: «El principal problema es de adaptación. Hay que tener en cuenta que para los niños hoy es como el estreno del curso, entonces hay que entenderlos», conviene Marta Antolín. Y al paraguas docente de la profesora que se encargará de ellos, los pequeños estudiantes que han posibilitado el milagro de la resurrección de la escuela de Sosas de Laciana se aplican a la tarea. «Se trata de automatizar algunas rutinas. Por ejemplo, hoy estamos acostumbrándonos a trabajar con el material que ellos tienen, después debemos saber que cuando un compañero no ha terminado de hacer su tarea, el otro no interrumpe y sobre todo, que hay que hacer una labor de integración en grupo que, en este caso es un poco más sencilla, porque como ellos ya se conocen todos del pueblo, no hay tanto problema». Horarios fijos El Colegio Rural Agrupado de Villager reverdeció un poco más viejos laureles. La escuela de Sosas se integra en su nómina cuatro nuevos estudiantes que tienen la merienda «siempre a una hora fija», que permite a sus estudiantitos «que se lo coman en clase» y que de la mano de una maestra palentina titulada en Educación Infantil, superó ayer la dura prueba del estreno. «Es un verdadero síntoma de salud para la zona», declaró el alcalde pedaneo de la localidad, Gustavo Sabugo, orgulloso de poder hacer realidad un sueño que se había atragantado en las últimas semanas, antes de que la burocracia terminase de cerrar sus últimos trámites. «Cuando mejore el tiempo podremos salir al parque de al lado de la escuela, porque ahora de momento, no tenemos patio», lamentó la profesora. «No sabéis lo que es no tener que esperar al autobús para que la niña vaya al colegio», agradece emocionado Ramiro Martínez, padre de una de las pequeñas alumnas. A Manuel Martínez le parece especialmente emotivo el hecho de que los pequeños puedan educarse en la misma zona en la que han nacido sus padres «y que podamos tenerlas más cerca». De momento, el sueño ya es una realidad.

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