Diario de León

LA GAVETA

Ramón Carnicer, ciudadano

Publicado por
CÉSAR GAVELA
León

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RAMÓN CARNICER FUE un inmigrante cultural. Un hombre que sale de su entorno para hacerse más universal. Y cuando digo universal, no me refiero a ninguna pretensión de triunfo o de presencia planetaria. Todo lo contrario: Ramón fue siempre austero, sencillo, nada pretencioso. Pero él supo muy pronto que tenía que salir del Bierzo para cumplirse como ser humano. No quiere decir esto que quien se queda, no alcance tales objetivos. En absoluto. Y menos ahora, cuando distancias y tiempos son tan diferentes. Cuando desde cualquier pueblo del Bierzo uno puede estar conectado al mundo todo. Pero ése no era el escenario de Ramón en 1932. Carnicer se va del Bierzo, trabaja en Correos, hace la guerra en labores postales, y en 1939 toma una decisión revolucionaria: decide instalarse en Barcelona. Ir a la otra gran ciudad española, la más europea, la mediterránea. La que estaba entonces a casi veinte horas de viaje en tren. Ramón en Barcelona. Allí no tiene a nadie: ni parientes, ni amigos. Ramón en el centro de sí mismo. Sabedor de que para forjarse un destino es necesaria la soledad, la determinación, la libertad. Barcelona era la libertad. También en aquellos infames años del franquismo más cruel. Libertad: un sueldo, un mundo por descubrir, incluso bajo los escombros morales y físicos de la guerra. Ramón empieza a labrarse su doble identidad. Porque todo inmigrante tiene que hacer ese trabajo. Los inmigrantes, sean culturales o económicos, acaban teniendo dos identidades, si es que deciden integrarse en la nueva sociedad. Y esto sucede tanto en la inmigración exterior como en la interior. Ramón Carnicer se afianza. Termina la carrera, es profesor universitario, aprende el catalán. Pero no se conforma con ser, a la vez, español del noroeste y español del Mediterráneo. También se asoma a Europa, cuando muy pocos lo hacían. El joven berciano transita las aulas de Ginebra, de otras ciudades alemanas o francesas. Y en esas breves estancias del verano, que siempre combinaba con su visita al Bierzo, conoce a Doireann MacDermott, la que será su mujer durante casi sesenta años. Con la que formará un matrimonio armonioso, cómplice, lleno de afecto y verdad. De pasión por la cultura. Ramón vivió toda su vida en un permanente diálogo consigo mismo, con la sociedad, con su tierra de León, con la Cataluña que lo acogió y a la que él también dedicó buena parte de su esfuerzo, con dos libros imprescindibles sobre Pablo Piferrer y Mariano Cubí. Esa vida de Ramón es muy actual. Porque España ha recibido en muy pocos años a más de cuatro millones de extranjeros, la proporción más fuerte de toda Europa desde la segunda guerra mundial. Cuatro millones de personas que tendrán que ir labrando su nueva identidad española. Ramón Carnicer fue un pionero en ello. Su amor a Barcelona y a Cataluña fue muy intenso y sincero. Y, por ello, no acrítico. A Ramón le apasionaba aquella ciudad extraordinaria. La conocía, la caminaba; la hizo suya. Y labró un sinfín de amistades, de relaciones, de empeños, de realidades. Siempre desde su cortesía, desde su honestidad, desde su melancolía también. Porque la distancia del Bierzo siempre estaba gravitando. Es el pequeño o gran dolor de todo inmigrante. Ramón fue un leonés lúcido, comprometido, y muy informado de cuanto pasaba en la provincia. Yo ahora lo recuerdo por las calles de Villafranca, la última vez que estuvo en su pueblo. Aquel hombre de 85 años y de 1.85 de estatura estaba feliz. Y, ya anochecido, me contó que se iba a ver a su primo. La última imagen que guardo de Ramón es esa: un hombre mayor, de buen paso, con su boina y su bufanda, bajo la luz amarilla de una calle cercana al Burbia. Perdiéndose en la noche. El hombre del Bierzo y de Barcelona. De una España moderna y europea.

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