Diario de León

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DICEN que van a poner un buzón y van a matar al cartero rural, otro difunto más del andamiaje de lo público que engullirá una furgoneta con bisera que dice Güipexprés, reparto a mano de a cojón de mico; y «el frotar se va a acabar». Si el pueblín apenas tenía quien le escribiera, ya no tendrá ni quien le lleve el cartulaje, esa palabra postal que hoy sólo parecen tener los bancos y la morralla propagandera que empreña los buzones de portal, pues la parentela o la amistad ya no escribe y galopa sólo en móvil. La literatura de los días en la España de andurrial perderá un personaje capital, el enlace con el mundo y con los otros, el recado in voce del pueblo de arriba, del vecino cercano o del pariente lejano, el parte de las cosas y gentes que traía en bestia, bici o cuatrolatas ese mensajero cotidiano con carterón en bandolera (y sofoco o sabañón) tras cruzar sus paisajes de prado agostado, de latido lento o de cosecha prometiendo. Los del ministerio dicen ahora que sobra y redunda el personal de Correos en el campo español y en la distancia rural. Plumazo y decreto. Sanseacabó cae en invierno, que es la estación de la muerte que no logra superar gran parte de esta ruralidad nuestra bombardeada de despoblamiento, reuma de alma y mudez parlamentaria. Ya no llamará el cartero ni dos veces ni una... Debía estar escrita la profecía, porque tampoco, desde hace largos años, tienen en ese pueblo cura, que era quien les llevaba las cartas de san Pablo a los corintios y a los efesios ( ad efesios , decía en latín aquel párroco cuando las misas eran con casulla de guitarra y de culo al pueblo feligrés). Antes, incluso, perdieron al que les llevaba las cartas de farmacia, que era el médico o, en su defecto, aquel practicante que fue el último en desertar. Y otro tanto hizo el secretario, que dominaba las cartas ocultas o marcadas (¡cómo catastreaba el muy castrón!). También se cayó de nuestro tute cabrón y rural el maestro, que era el que barajaba las cartas con el alcalde en aquellas tardes cansinas, ahumadas y perreadas de cantina con estufa. Ni les queda en ese pueblo la pareja de beneméritos, que eran los carteros de citaciones, sobresaltos, prófugos y embargos... Y sin cartas en mano ni partida ya no habrá quien cante las cuarenta en esas distancias descuarteladas de lo rural subsidiado y mudo... De eso se trataba.

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