Diario de León

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JURO y no perjuro que era una gaviota grande (y no un parecer o imaginación) la pajarona que vi volar hace dos días sobre el Conde Luna y el Emperador (cuánta aristocracia nos gastamos en los nombres). No daba crédito. Jamás se vio por aquí esa estampa de cielo marino y de puerto excrementado (la gaviota echa unas cagadas corrosivas de mucho bulto y delito). ¡Una gaviota!... Sus primas, las gaviotas reidoras, aves menudas de porte y jacarandosas, sí solían verse algunos eneros crudos raseando las aguas heladas del Bernesga en ese pantanín colmatado de broza y vergüenza que lame los zapatones del conventazo de San Marcos, hoy hostial , y anega la mitad de su puente, gaviotillas con sus estridencias y en bandada. Pero ¡¿una gaviota común?!, nunca, que yo sepa. Las cosas extraordinarias (no la hay más rara que una gaviota en estos cielos) siempre tienen algo de señal, de profecía o prólogo de algún fenómeno. Los augures romanos leían el vuelo de los pájaros para saber la agenda del día o del destino. Nosotros no sabemos leer más que a los mochuelos y corujas que ululan allí donde habrá alguna defunción y a los grajos diciendo aquello de que hace un frío del carajo si vuelan bajo, lo que también es mentira si te fijas varios días en la rutina de sus bandadas o vueltinas solitarias. Pero... ¿y una gaviota en primavera cazurra qué querrá decirnos?... Coñó; jodó; cheli-meli, toco hierro , que decíamos de guajes. Tiene que ser algo referido al PP (Para Partirse), sin duda, pues es gaviota gaviotísima lo que corona su anagrama (antes eran dos y esta que vi bien podría ser la que descartaron o exiliaron; o no, diría Rajoy). Estaría haciendo un reconocimiento de estas mareas muertas en las que aún no se logra averiguar quiénes son los esperanzos, quiénes las marianas, quiénes las gallardas... y quién el bacaladero que corta, destripa o descapulla (bueno, esto sí que se sabe). Las gaviotas siempre van detrás de los barcos donde hay pescado muerto esperando «a las caídas», que es a lo que está el gato zalamero entre las piernas de la cocinera o el cazurro tras su sebe achusmando. ¿A qué están los del pepé leonés, qué caídas aguardan?... Se ignora. Aquí las trincheras son otras y las gaviotas son grajas. Y cuando se despejan las incógnitas, «a moro muerto, gran lanzada».

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