Diario de León

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LOS SIOUX no se dejaban hacer fotos porque creían que se robaba un trozo del alma al retratado y se diseminaba en las lejanías. Otras gentes, sin embargo, se pirraron hace décadas por hacer fotos a sus muertos. Suponían que así no fallecían del todo, del mismo modo que antes se hacían mascarillas mortuorias para perpetuar el último rictus de la gente célebre o querida. Las fotos de muertos tienen algo de inquietante, bastante de espantoso y mucho de policial. No hay concesiones al arte en estos retratos; se trata tan sólo de notariar gráficamente la fe del óbito. Aquí hubo alguna costumbre, poca, pero en Galicia fue vicio y luto gozoso. Es mejor tener al muerto en un cajón de fotos, junto a los suyos, que vagando por la casa o por corredoiras de monte con su cortejo de ánimas en pena, esas santas compañas con farol y esquila sin badajo que por allí son tan frecuentes. Entre las viejas fotos familiares del universo gallego siempre aparece el abuelo con algún chiquillo a la puerta de casa o en el corral junto a un cerdo que pesó veinticinco arrobas, la abuela junto al flamante aparato de radio que le compró el hijo emigrante, un cuñado con su motocicleta nueva y barateja... y también algún finado con su tiesura imponente o macabra, ya en la cama, ya en la caja. Las fotos de muertos nos dan repelús de plano y las alejamos de la vista, pero se nos va después un reojo morboso tras ellas. ¿Qué tendrán? ¿Esperamos encontrar algún detalle, una explicación al misterio del sanseacabó?... Pero nos gustan más las fotos de los mediomuertos, de heridos, atropellados, víctimas de catástrofes, rostros sangrientos, apaleados de cara magullada... Así son las de un renombrado fotógrafo de moda, el finlandés Harri Pälviranta, que en la pasada edición de PhotoEspaña causó sensación y ahora viene con una exposición propia. Son rostros salidos de alguna paliza a la puerta de una discoteca, de una bronca en lugar público o de un estadio. Hay sangre, ojos tumefactos, narices rotas, rasgones de piel... Suelen ser instantáneas chatas. No les veo gracia ni papel, aun buscando la conmoción social. Al ojearlas, algo metálico rezuma en la boca. Hay quien gusta de este sabor y se adiciona, pero diciendo que es arte o conciencia hallan una perfecta coartada para su regusto... y para el mercado del arte de lo feo o del espanto.

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