Diario de León

CRÉMER CONTRA CRÉMER

Emigración hasta en la sopa

Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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NO SOY CONTRARIO a que en mi casa llame el vecino para pedirme una pizca de sal. Los vecinos somos o estamos mejor dicho, para ayudarnos cuando la sal nos falta. Y cuando el niño del vecino se pone malillo el infeliz y le da por berrear, hasta cubrir todos los espacios con sus llantos, y esta llantina me alcanza precisamente cuanto más necesitado estoy de silencio, de serenidad, dejo a un lado la tarea en la que me encuentro ocupado y procuro acallar los gemidos del niño inventándome incluso una caricia nueva, que consiga aquietar la inquietud del infante. Los seres humanos estados hechos o cuando menos previstos, para vivir en comunidad, para ayudarnos los unos a los otros y los otros a los unos. Y si llega el caso que naturalmente también se da en la vida de los seres vivos que tienen hijos, que la vecina se ve obligada a dejar en la cunita al berroncito, no pongo ningún reparo en que me coloque al niño mientras ella se entrega a las labores propias de su sexo, que no son por cierto tan inminentes y obligada por traer un hijo para el cielo y para el botellón. Y esta condición mía de solidaridad y amigo de los niños y de los canarios, se me da porque, en tiempo nada gratos ni fáciles, durante los cuales el negocio de vivir alcanzó límites de miseria que no había forma de encontrar un recurso para satisfacer urgencias, no que medó más remedio, en vista de que León no daba para más y no se encontraba un trabajo ni pagando, que hacer las gestiones imprescindibles para emigrar. Me habían salido dos directores de universidad en Santiago de Chile y en Venezuela, (como al Presidente del Gobierno español de nuestros días en que también venezolano es el remedio). Y como era obligado, solicité documentos, permisos y pasaportes para cruzar el inmenso charco para alcanzar las Américas de Pizarro. No me fue posible conseguir un papel legal que me permitiera salir de León, que era al parecer mi tierra prometida, y todas las gestiones, aparte la documentación rígida de Franco y sus muchachos, se fundamentaban en conseguir reunir documentación legal que me permitiera o mejor dicho que permitiera a los posibles favorecedores responder ante el Decanato o ante quien lo exigiera para conseguir un empleo. Me era indispensable saber de todo, hasta idiomas, y al no encontrar modo de conseguir la documentación que la ley americana exigía, me veía en la triste necesidad de anular mi emigración. Sencillamente porque los lugares a los que tenía el propósito de emigrar disponían de unas leyes que había que cumplir. Cuando llamó a mi puerta, ya pasado el amargo trago, un chico de Tanzania o de Guinea o de Croacia, que todavía no sé de dónde procedía le hice pasar sin exigirle documentación, le ofrecí asiento y un lugar a la lumbre. Pero claro no le ofrecí trabajo, porque no tenía los papeles que España como Venezuela o Chile exigen a todos aquellos que aspiran a ocupar un tajo para el curro. Y anda de poblado en poblado llamando a todas las puertas. ¿No es como para comer cerillas?

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