Diario de León

Diario de una aventura

Fin del centrifugado antártico

Tras recalar en la base ucraniana, donde nos invitaron a vodka, partimos hacia el Cabo de Hornos sorteando fuertes vientos e icebergs en las aguas del Paso Drake

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La última tormenta ha sido muy dura, aunque no tanto como la que casi nos destroza el velero unos cuantos días antes. Lo mejor es que estamos en una bahía tranquila y protegida de los vientos. Aquí se encuentra una base ucraniana en la que lo primero que hacen es invitarte a vodka que ellos mismos destilan. Las catorce personas que la habitan son muy amables, pero tengo que reconocer que estábamos bastante más cómodos en la base española o en la argentina.

En mitad de la noche tenemos que regresar a nuestro velero, pero no se nos ocurrió que se oscurecería y estábamos a sólo unos quinientos metros de navegación por estos estrechos canales, pero ahora con viento, las focas leopardo por todos lados y ¡sin linterna! Me afano a los mandos del pequeño bote neumático y a cámara lenta para no darnos contra las rocas vamos intuyendo nuestro velero por la luz que refleja en el agua desde el foco del mástil mayor. Por fin regresamos todos al velero y a dormir. Roger nos comunica que está volviéndose loco con lo inestable del tiempo y hay que cruzar el Paso Drake y el Cabo de Hornos. Lo que ayer parecía imposible, mañana parece posible-¦

Su idea es partir por la mañana, en plena tormenta, aunque ya habrá aflojado el viento. Después nos comeremos durante 36 horas un intenso oleaje y vientos fortísimos, pero más tarde encontraremos en mitad del Paso Drake mejor mar, y sobre todo es importante que determinado día crucemos el Cabo de Hornos, pues a partir de entonces una nueva borrasca muy fuerte nos sacudiría en este peligroso lugar. Al amanecer estaba Roger con cara de susto, pues está nevando, hace mucho viento y dice que seguirá una ruta poco frecuente que hasta entonces nunca había usado. Será bordeando por el sur la isla de Amber, perdiendo la protección del estrecho canal de Neumayer, pero a cambio, al estar en mar abierto, es más difícil que nos demos contra los acantilados y una vez en el inicio del Paso Drake el velero resistirá bien los vientos de unos cien kilómetros por hora. Lo más importante es vigilar para no chocar contra los numerosísimos icebergs, que flotan a la deriva. Como si el guión de esta película estuviera escrito, alcanzamos el Paso de Drake después de sortear mil y un icebergs que amenazaban con venírsenos encima y rompernos el casco del velero como en el Titanic , junto con el oleaje, la nevada y el fortísimo viento que nos zarandeaba como si fuéramos una cáscara de nuez. Sujetarse era un ejercicio que nos dejó a todos agotados. El barco se escoraba en alguna ocasión casi a sesenta grados. Desaparecía literalmente en el seno de las olas, para aparecer de la nada en la elevada cresta, y después de surfear un poco la cresta con la pericia del capitán al timón, volvíamos a descender al fondo de la ola, perdiendo por completo el horizonte. El capitán peleó con su timón con la pericia de un marino muy experimentado. Nadie se libró del mareo y vomitábamos como perros.

Estábamos solos en mitad de ese gélido y oscuro mar y nadie nos podría ayudar. Pasaron 36 horas y el mar ahora era aceptable, habíamos salido de la tormenta como Roger predijo, y aunque ni mucho menos estaba calmado, al menos las olas eran de cinco metros y a estas alturas de expedición era tolerable para nosotros. Dos días y avistamos tierra. ¡Era el Cabo de Hornos! El continente sudamericano estaba a la vista. Salimos a respirar aire fresco en un mar casi tranquilo; nos llamaba la atención que las formaciones rocosas del Cabo de Hornos estaban cubiertas de verde, un color que hacía un mes que no veíamos. Al inicio de esta expedición el Cabo de Hornos nos pareció hostil y tenebroso, hoy es casi una isla tropical, no hay hielos y el mar está sereno. En la proa del Australis gritamos de alegría, nos abrazamos y celebramos estar todos bien después de todo lo que hemos pasado. En especial la tormenta casi nos envía a pique en la Antártida el día 17 de febrero, un día que nunca se nos olvidará. Amigos, sin dejar el frío, pronto comenzaremos otro desafío: ahora nos iremos a Groenlandia.

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