Diario de León

Diario de una aventura

El feroz viento del Ártico

De madrugada se desató una impresionante tormenta catabática con vientos huracanados; las cosas salían volando y nos acurrucamos en la tienda destrozada

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León

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Nos la prometíamos muy felices, hasta que de madrugada, empezó un fortísimo viento de repe nte. Ramos que dormía conmigo, María, y Emilio, nos dijo que nos vistiéramos corriendo que había peligro. En pocos minutos era un auténtico huracán con vientos de más de 150 kilómetros hora. Era imposible dar un paso fuera de la protección de la tienda.

La ventisca lo cubre todo y no vemos ni la tienda de nuestros amigos esquimales que están a solo 20 metros de nosotros. La temperatura está en torno a los -25ºC y con este fortísimo viento huracanado, hacen que la sensación térmica es terrible. Es muy fácil congelarte.

No exagero un pelo. Estamos en una situación difícil de verdad, y los esquimales no te ayudan. Aquí hay una regla no escrita. «Cada uno que se lama su rabo». Quien intenta esta ruta, se supone que es un cazador adaptado a todo lo que pueda surgir. La tormenta es impresionante, pero el conjunto de telas, palos y cuerdas aguanta, gracias a que entre todos sujetamos y arreglamos continuamente las continuas «ñapas» que nos surgen. Pero la verdad que la sorpresa la tenemos horas mas tarde-¦

En plena noche polar, que en realidad es de día (24 horas de sol), aunque el sol esta detrás de las montañas por las que estamos ascendiendo la tormenta de hace aun más violenta , hasta el punto de que nos despedaza la tienda, y empiezan a salir las cosas volando. Salimos por turnos para cortar cuerdas y hacer un «burruño» la tienda con nosotros dentro; los laterales los llenamos de nieve y todo lo que pillamos para aumentar el peso. Ramón nos coordina, pero estamos con los nervios a flor de piel. No puede haber fallos, o ésta no la contamos-¦ Es imposible sujetarse de pie, y lo hacemos a gatas, amarrándonos al trineo que hemos sujetado al suelo con anclas que hemos construido con maderas y cuerdas. Si te sueltas puedes salir volando, y lo dice Ramón que pesa casi 100 kilos. Yo literalmente estoy en ocasiones casi hacie ndo la vela.

Es absolutamente brutal. Estamos atrapados en mitad de un glaciar de hielos caóticos, y atacados directamente por el peor viento conocido en esta zona: el «viento catabático».

Hemos estado 36 horas, sin comer, sin beber, sin abrigarnos, sólo con la ropa personal sin sacos, sin dormir, agotados, helados de frío, acurrucados en un metro cuadrado, y golpeándonos la tela sin piedad en nuestros maltrechos cuerpos. El ruido era ensordecedor, no nos entendíamos entre nosotros a pesar de estar cara con cara. Amigos ha sido horrible, ni pizca de gracia nos ha hecho esto.

Ya por la mañana hemos visto a los compañeros inuit. Ellos también tenían todo destruido, pero se adaptaron mejor que nosotros, les quedó algo más de espacio en su tienda desvencijada. De la nuestra sólo quedan unos jirones donde hemos estado envueltos en el suelo helado. Tenemos el frío calado hasta los huesos.

Decidimos, sobre todo los esquimales, descender de nuevo a la aldea de Sierapaluk, a descansar, reconstruir los trineos, comprar nuevas tiendas y, sobre todo, calentarnos.

Abatidos, retrocedemos por la misma huella y el mismo temible glaciar, después otra vez por el mar helado, y ahora os escribo desde la aldea más al norte del planeta, a tan sólo 1.300 kilómetros del Polo Norte, quizás algo menos-¦

No sé qué será de nosotros, si podremos continuar, o no; el tiempo está muy malo y el viento sopla fortísimo, sólo que ahora lo vemos desde una casa esquimal de Sierapaluk. El ser o no ser de esta expedición depende del tiempo. Estar atentos que os lo seguiré contando puntualmente. Aun nos quedan algo más 300 kilómetros, hasta el glaciar de Humboldt.

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