Diario de León

Diario de una aventura

Un agujero que lleva al infierno

«Esto es brutal y difícil pero, aun así, quiero seguir sintiendo las sensaciones de bucear en este mar congelado en el que casi me quedo...»

Calleja y María March buceando bajo un témpano.

Calleja y María March buceando bajo un témpano.

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León

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Hola amigos, de nuevo a las teclas para contaros nuestras aventuras en el Ártico haciendo submarinismo, junto a mis amigos Emilio Valdés, Oscar, María March, y Fernando (Tigre).

Ayer asistimos a algo a lo que nunca nos acostumbraremos. Hemos visto a los esquimales, cazar una ballena narval macho con un precioso cuerno. Le han disparado y alcanzado con un arpón para traerla hasta laa costa. Unos diez cazadores la han despedazado en media hora. Ellos tienen comida, y nosotros asistimos pasmados a la desaparición de un narval. Pero ellos nos dicen que nosotros comemos carne de vaca, pollo, cerdos. Necesitan ese alimento, y dicen que son una pequeña etnia y que su actividad no influye e n el descenso de estos mamíferos: «¡somos muy pocos y hay muchos miles de narvales y focas. Es la vida!».

Nosotros planificamos el siguiente buceo. Queremos hacer un agujero en el hielo y explorar ese oscuro y misterioso mundo que se esconde debajo del mar helado. Cortamos con sierras un metro cuadrado en el duro hielo, no se ve nada hacia abajo.

En mitad del mar helado sólo un agujero de un metro cuadrado para descender, bucear y regresar de nuevo por el mismo sitio. Será toda una proeza. Tenemos intercomunicadores y eso nos mantendrá en contacto en las oscuras aguas. Se mete María, después yo y luego Óscar. Vamos equipados con trajes secos para soportar el intensísimo frío, y estos trajes están conectados al equipo con un manguito por donde insuflamos aire a través de una válvula. A medida que descendemos hay que ir hinchando esa válvula porque si no la presion te aplasta y hay que rellenar el traje de aire. Cuando me encuentro entorno a los veinte metros, y sigo hinchando mi traje con la válvula, algo sucede, y empiezo a subir a mucha velocidad y pierdo el control. Abro la válvula del traje para expulsar el aire del traje en emergencia, pero tampoco funciona. Les digo por el intercomunicador que tengo un problema. María desciende a toda velocidad hacia el negro abismo, y a algo más de treinta metros, se da cuenta que no he podido bajar tan rápido. Todos estamos asustados, porque mi intercomunicador, para más «inri», ha dejado de funcionar.

Estoy atrapado solo debajo del irrompible grosor de hielo. Veo cómo pasa la luz apagada por el espesor del hielo, pero no veo ni a Óscar, ni a María, ¡ni el agujero!. Me tengo que relajar, no puede estar muy lejos. Se me ha empañado la mascara y veo fatal. Vigilo mi aire, pues si se me termina, ya no tengo nada que hacer. Intento serenarme y decido acertadamente, qu e lo que tengo que hacer es volver a inmersionarme para localizar el agujero. Abro a tope todas las válvulas de escape del aire del chaleco y traje, y me retuerzo para extraer hasta el último trozo de aire que hay en mi traje, y ¡bingo! empiezo a hundirme. Ahora a buscar el agujero-¦

Veo sombras que me indican dónde están las motos de nieve, y casi al mismo tiempo el sedal que cuelga del agujero. Hago la parada de seguridad a tres metros, y asciendo, totalmente congelado, en especial las manos que no siento en absoluto. Tigre informa por su radio a Oscar y Maria, que están por el fondo, de que he aparecido, y ellos deciden subir al poco tiempo. Ha sido un buen susto, de verdad. Según sale María me cae una bronca de miedo. ¡Joder qué malas pulgas Pero tiene razón, ha sido muy peligroso. Amigos esto es brutal y difícil.

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