Gente de aquí | Huele a morcilla, sabe a León
Un pueblo que es León
La ciudad se reencuentra con la tradición subida a los carros y los pendones
Cuentan que se reían cuando entraron los guardianes. A sus pies se ofrecían catorce manos y siete mancas con los muñones cicatrizados por brasas y un bálsamo que les habían dado en la iglesia de León. Era su forma de luchar contra el tributo al califa de Córdoba, que las devolvió a casa nada más conocer su gesta. Una más, silenciosa, de las muchas que perviven en el acerbo del pueblo leonés; ese pueblo que también se ríe a pesar de tener las manos atadas y las alas pintadas de broma en la espalda. Foro u oferta, se empeñan en dirimir el cabildo catedralicio y el consistorio, sin darse cuenta de que tributo siempre es el mismo y la limosna perecedera.
Pero llega San Froilán cogido de la mano de las últimas cien doncellas que se libraron de bajar al moro y León se acuerda de que la ciudad es un pueblo metido dentro de las murallas, alzado en los pendones de los mozos que se encabritan cuando miran al cielo y ven la Catedral, transparente en los ojos de las rapazas que lucen galas dentro del carro... Huele a morcilla, sabe a León. El que no se ría, que esconda la primera mano.