Diario de León
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Liturgia dominical

JUAN CARLOS FERNÁNDEZ MENES

María, la figura más relevante de Adviento, es el camino escogido por Dios para acercarse a nosotros y el camino por el que nosotros nos acercamos a Dios. En el Evangelio de este domingo se la proclama dichosa por haber creído: es un ejemplo de confianza en Dios. La podemos considerar la primera cristiana, por razón de su fe y respuesta a Dios. Zacarías pide un signo y no se le da, se queda mudo; María no pide nada y se encuentra con el saludo de Isabel. Si no se cree, no se acogerán nunca las señales del Señor.

Fiarse de Dios fue lo que hizo María en su vida. Por ello fue Madre de Cristo y cumplió con una fidelidad exquisita el papel diseñado para ella. Todo porque se fiaba de Dios. Por eso, María creerá que aquel Niño que nace pobre, desvalido y rechazado, es el «Esperado de los tiempos», lo verá crecer y perderse en el Templo cuidándose de las «cosas de su Padre», lo verá partir sin una queja y oirá de Él versiones desagradables e insultantes (hasta sus parientes dirán que estaba loco). Por eso, estará sola y entera en el momento más doloroso para una madre: en el momento de la muerte del hijo y, en este caso, de una muerte atroz e insultante. Por eso, lo recibirá sin vida en su seno y lo acariciará lentamente, como sólo sabe hacerlo la ternura de una madre. Por eso, lo verá, triunfante y glorioso, vencedor de la muerte, empezar una vida nueva inacabable. Y porque se fiaba de Dios fue y es Madre de la Iglesia y mantuvo con su firmeza suave e inconmovible a los primeros Apóstoles, amigos de su Hijo, continuadores de su misión, hijos suyos también, a los que Ella amaba porque pretendían ser un reflejo fiel de Cristo.

María es el triunfo de la fe, de la entrega incondicional. Es el resultado de un salto en el vacío. Nos hace falta tener cerca a María, porque la vida nueva que se anuncia en Navidad no es precisamente una vida «de color de rosa», sino una vida que, con toda su grandeza y su alegría, nos va a exigir cambiar radicalmente hábitos y modos de vida muy arraigados. El Niño que nace y sonríe desde el precioso pesebre, se va a convertir en un Hombre exigente, que sólo va a admitir dos respuestas a los que quieran seguirle: Sí y No. Sin términos medios; un Hombre para el que Dios va a estar por encima de cualquier interés, por encima incluso de la propia vida; un Hombre que pedirá a los suyos que amen a los otros hombres más que al propio dinero y a las propias aspiraciones; un Hombre para el que sólo contará el Amor, que es la más tremenda y radical de las leyes.

Que María, la Madre del Camino, nos ayude cada día a recorrer los caminos del Señor, los caminos de la cruz y de la luz.

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