Diario de León
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Liturgia dominical

JUAN CARLOS FERNÁNDEZ MENES

El último domingo de año es el día en que la liturgia nos presenta la Figura de la Sagrada Familia. Nos recuerda que Jesús, el Hijo de Dios, no cayó del cielo como Superman, sino que nació, creció y aprendió a caminar por la vida en el seno de una familia concreta, con el amor de sus padres, María y José. Y aunque no lo parezca a primera vista, las palabras Dios y familia tienen mucho que ver entre sí: Dios es familia, tres Personas, distintas y en comunión. La vida es compañía, comunicación, y también diferencia, distinción. Hace falta ser distintos para poder estar juntos. El amor hace el milagro de la unión entre diferentes.

Y este parecido con Dios, con el Dios que es Tres personas, se perfecciona en la familia. El conjunto del padre, la madre y los hijos es una pequeña sociedad querida por Dios, que, cuando se vive bien, llega a ser una réplica minúscula, pero tierna y hermosa, de la Trinidad Santa. Personas distintas, dueñas de sí mismas y suficientes, pero unidas en comunión de vida, de afectos, de intereses, por un amor indisoluble que viene de Dios y por eso mismo nos asemeja y nos acerca a El.

La Iglesia, cada parroquia, está también llamada a ser una familia; el bautismo nos hace miembros de ese gran árbol que es la Iglesia, un hogar en el que a nadie se le piden credenciales o títulos de limpieza de origen: es el Señor el que nos admite, gracias a la muerte y resurrección de su Hijo. Una condición de hijos que anima y alienta la presencia en nosotros del Espíritu de Dios y que nos habilita para vivir cada día el mandato del amor mutuo. Hoy es muy necesario que seamos capaces de educar y de educarnos en el amor y para el amor. Amar es aceptar al otro como parte de uno mismo y su bien como parte indispensable de nuestra propia felicidad

Educar para el matrimonio verdadero, defender la verdad y la dignidad de la familia, es descubrir ante los jóvenes los caminos de la propia dignidad, de su perfección personal y de la felicidad más profunda y más honda que se puede alcanzar en este mundo. No hay duda de que en estas materias se esconde una de las llagas más lacerantes de nuestra cultura actual. Por eso mismo, los cristianos tenemos que multiplicar los esfuerzos para multiplicar los momentos educativos en la familia, para renovar y vitalizar la capacidad educativa de nuestros colegios, para crear nuevas iniciativas educativas en nuestras parroquias.

El mandamiento del amor, legado por Jesús, es un amor sin límites en el tiempo o en el espacio, porque es amor a todos como a uno mismo. En este sentido la primera experiencia familiar ha de ir creciendo en los pequeños grupos de los parientes, los amigos, los vecinos, los miembros de la comunidad parroquial, los paisanos, la humanidad entera. El amor es siempre más, y cuanto más se practica, menos se gasta, sino que crece más y puede abrazar a más cada vez. En este sentido, la fraternidad universal no es una utopía, sino un horizonte para rebasar continuamente las fronteras de la carne y de la sangre, las de la lengua y la raza, las políticas y religiosas, hasta la gran fraternidad, la familia de todos los hombres, la familia de Dios.

María conservaba todo esto en su corazón. ¿Y nosotros?

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