Diario de León

Cornada de lobo | pedro trapiello

Plumín de guadaña

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pedro trapiello
León

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Me llega una carta de las que ya no se ven. El folio tiene la rigidez del viejo papel de barba. Está escrita a mano y caligrafiada de primor, como redactada por un secretario de actas... letra oblicua inglesa, rotulada cada mayúscula con el viejo lujo de volutas, rectos renglones, equilibrada su composición conforme a reglamento epistolar, con su salutación votiva, su procedencia (Veguellina) y destinatario, su firma (Gregorio Martínez), su data y su postdata... en fin, un correo sellado con traza caballera.

Apoyado en una columna reciente donde comenté los iconos de mi escuela infantil (un crucifico flanqueado por Franco y José Antonio), Gregorio cuenta en esta carta su experiencia personal: «Mi infancia en la escuela nacional la comencé en 1930, por esas fechas aprendí las primeras letras que tenían los «silabarios» y primeras lecturas de Ezequiel Solana y Victoriano Azcarra editado por el Magisterio Español, pagó mi padre 1.25 ptas que costó. Escribíamos con pizarrines en pizarras del mismo material o con plumines de corona, de guadaña o de espadaña, palilleros de palo con enganche para sujetar estas, conservo todo. A la escuela que yo asistía no tenía esos dos ladrones como usted menciona en su artículo, ni Cristo, sólo un mapa de España y un mapa mundi. Había nueve mesas que cabíamos ocho compañeros, los tinteros eran de plomo y en ellos mojábamos las plumas. Nuestro señor maestro fue represaliado y desterrado a Cabañas Raras. En sustitución mandaron una señorita, así exigió la llamaríamos, y la Didáctica y Pedagogía ni las conocía. Los cuarenta alumnos que asistíamos a clase yo lo puedo decir que nos quedó parte de las lecciones del maestro, las cuales me han valido para navegar en mi existencia» .

Confío que me perdone Gregorio por publicar su carta, pero he de celebrar aquí la rareza dichosa de una epístola dibujada, cabal y rubricada con humildad («espero sepa disculpar las faltas de ortografía, sintaxis y prosodia; a mis 85 años se va olvidando casi todo»). Y añade en postdata algo poco conocido: «Don Gonzalo Queipo de Llano a Franco le llamaba Paquita Culona»... Lo cierto es que se justificaba el mote por su voz atiplada y sermoneante y por su cara de estar siempre con la regla como las regordetas mandonas.

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