Mascotas: el último adiós
El duelo por la muerte de una mascota puede ser tan intenso o más que el que se experimenta con la muerte de un familiar. Tal vez por eso, las familias humanas de los no humanos les hacen un ritual. Es el último adiós en el que se funden sentimientos con disposiciones legales y dinero. Incinerar a un animal cuesta en León entre 80 y 330 euros. Y aunque hay un tanatorio, no existe un cementerio de mascotas
Una vieja tradición mexica cree que la noche del 27 de octubre, coincidiendo con la proximidad de las festividades de difuntos, los perros, gatos y otras mascotas muertas regresan a su casa para convivir de nuevo con sus dueños. La Iglesia católica ha tardado más años en reconocer que también tienen alma. El 14 de enero de 1990, en su alocución dominical, publicada en ‘L’Osservatore Romano’, el papa Juan Pablo II dijo que «los animales poseen un soplo vital recibido de Dios», citando los Salmos 103 y 104, y reconociéndoles el ‘alma sensitiva’. Más preciso fue el papa Francisco, algo más tarde aún: «El Paraíso está abierto a todas las criaturas de Dios».
Tampoco la legislación fue más rápida. Una jueza argentina, Elena Liberatori, concedió un ‘habeas corpus’ a Sandra, una orangutana que se convirtió en ‘persona no humana’ en un proceso que comenzó en 2015. Y en España, dejaron de ser cosas con la Ley de Bienestar Animal, en 2023, que reconoce que son seres sintientes a todos los efectos legales y los reconoce como seres vivos dotados de sensibilidad que no pueden ser abandonados, embargados, hipotecados, maltratados o apartados de sus dueños como si fueran objetos.
Para quienes conviven con perros, gatos u otras mascotas hace tiempo que no necesitan que la iglesia ni ninguna ley avalen lo que ellos saben: que son miembros de sus familia, que son su familia no humana.
Su muerte supone un duro golpe para el núcleo familiar. Y un duelo semejante a la pérdida de un familiar querido. Lo explica con nitidez la psicóloga Patricia Román. La intensidad del dolor, dice, guarda relación con el amor incondicional.
«Se puede sentir su muerte con la misma intensidad o más que la de un familiar o un amigo. No piden nada, no te abandonan, siempre están ahí, sienten la tranquilidad de que siempre está su dueño, de que no le va a fallar. El vínculo que se establece con una mascota se basa en el amor incondicional», explica.
«Quizá hay muchas personas que no lo entienden, pero no hay que banalizar el dolor, el duelo por la pérdida de una mascota», avisa.
«Una persona que ha perdido al animal con el que convivía lo que menos necesita es que le digan ‘sólo era un perro’, porque su vínculo ha sido tan fuerte que lo ha considerado un compañero de vida», dice Patricia Román. Y añade un dato más: «Cuando un perro mira a los ojos de su dueño genera endorfinas, la hormona que genera el cerebro humano cuando una persona se enamora».
La importancia de ese vínculo la reconoce hasta el Ayuntamiento de León. En el artículo 5.9 del Reglamento del Cementerio Municipal de León se recoge textualmente: «Se permitirá el acceso de la mascota doméstica (perro, gato, jilguero) que conviva con la persona fallecida para que asista en el cortejo fúnebre a la realización de la inhumación acompañando a la familia, exclusivamente para la asistencia a este acto funerario».
No hace falta pedir permiso previo, basta con acudir al entierro con la mascota, explica el nuevo gerente de Serfunle, Fernando Salguero. En el Cementerio de León no consta oficialmente que haya acudido ninguna mascota a una ceremonia fúnebre.
No hay en cambio en León un cementerio de mascotas aunque una empresa, Serinmas, que se dedica a la cremación de animales de compañía entre otras actividades, ofrece un tanatorio, una sala donde esperar la entrega de las cenizas. Y no sólo para perros y gatos, allí se han despedido también leoneses que llevaron a incinerar hurones, conejos o tortugas.
No es un cementerio de mascotas pero sí un lugar donde depositar sus cenizas y plantar sobre ellas un árbol o un arbusto. Lo ofrece El Bosque de Sury, en Chozas de Abajo. La condición es que se entierren cenizas -no está permitido el enterramiento de cadáveres- y que los dueños traigan una especie vegetal duradera para plantar en el lugar en el que se deposita la urna, especifica Daniel Martínez Muñoz, alma de esta asociación dedicada a fomentar el amor por la naturaleza y la protección de los animales.
La ley prohíbe enterrar una mascota en un terreno sin autorización, da igual que sea privado o público. Lo impide la Ley 8/2003, de 24 de abril, de sanidad animal.
Cuando muere una mascota es obligatorio dar de baja el microchip para que se registre la muerte en la base de datos del Siacyl, el registro oficial de animales de compañía de la Junta de Castilla y León (lo hace el veterinario del animal) y decidir si se opta por la incineración o un entierro en un cementerio expresamente autorizado para mascotas. Si el animal muere en la clínica, es el veterinario quien hace todos los trámites. Si muere en el domicilio hay que llevarlo igualmente a un veterinario, si fallece en la calle sin dueño conocido se tienen que hacer cargo los servicios municipales.
La incineración de un animal doméstico cuesta en León entre 80 y 330 euros dependiendo del tamaño del animal y de si la incineración es colectiva o individual. Esta última opción permite al dueño recibir la cenizas en una caja o una urna, habitualmente acompañada de un mechón de pelo y de la huella de su pata. El precio se encarece si se encarga una joya. Hay empresas que transforman el carbono y crean un diamante o una piedra semipreciosa con las cenizas.
Superar el duelo es otra cuestión. La psicóloga Patricia Román aconseja seguir algunos pasos. «El primero, compartir del dolor que se siente por la muerte de la mascota, hablar con alguien que vaya a entender el duelo y que respete ese sentimiento. Es importante el apoyo social, estar con alguien que valide ese sentimiento», dice. Román aconseja hacer un ritual de su muerte, «sin excederse y sin convertir la casa en un mausoleo», no sustituir el animal muerto por otro — «hay que tomarse el tiempo que se necesite, pasar el duelo, procesar la muerte y el dolor que provoca», apunta—, explicar a los niños el proceso de la muerte y «finalmente, sanar».
«Puede que una parte de la sociedad no comprenda los lazos tan estrechos que se establecen entre los animales con sus familias humanas, puede que no comprendan el dolor que produce su muerte», dice Antonio Fernández, que acaba de perder a su mascota. «Puede que no entiendan que dan un tipo de amor que no dan los humanos», añade.
Es el adiós a la familia no humana. El último y doloroso adiós
Lo que hay que hacer legalmente
Lo que hay que hacer emocionalmente
1- Compartir del dolor que se siente por la muerte de la mascota, hablar con alguien que vaya a entender el duelo y que respete ese sentimiento.
2- Hacer un ritual de su muerte, «sin excederse y sin convertir la casa en un mausoleo».
3- No sustituir el animal muerto inmediatamente por otro
4- Tomarse el tiempo que se necesite, pasar el duelo, procesar la muerte y el dolor que provoca.
5- Explicar a los niños el proceso de la muerte.
6- Sanar.