Diario de León

La catedral del Órbigo

Asombrados por el contenido de historia y arte de San Isidoro, la calidad de las catedrales de León y Astorga, la belleza de templos como los de San Miguel de Escalada o Santiago de Peñalba, o palacios como el que realizó Gaudí en Astorga a veces no reparamos en la riqueza de otros extraordinarios tesoros leoneses como la iglesia parroquial de Santa Marina del Rey, que algunos llaman ‘la Catedral del Órbigo’

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Tomás Álvarez
León

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Dedicado a mi madre, que

un día 18 de julio me obligó

a entrar en esta iglesia

Confieso que la primera vez que entré allí fue casi a la fuerza. Mis padres me habían llevado a la Feria de Santa Marina, un 18 de julio hace más de medio siglo, y entretenido en el ambiente comercial y festivo de la tarde no me hizo gracia alguna escuchar una propuesta de mi madre:

—Tomás, entra conmigo a ver esta iglesia; es muy bonita.

Hice una mueca de disgusto como negándome a entrar. En realidad, a mi edad —andaría por los quince— me interesaba más el bullicio y la sociedad que pululaba por aquellas calles, atiborradas de visitantes, músicas y mercachifles, que el ambiente oscuro de un templo parroquial.

Entra conmigo —insistió mi madre, mientras me agarraba por el brazo— verás cómo te va a llamar la atención… a lo mejor, incluso, algún día te casas aquí.

Esta última afirmación, que recuerdo literalmente, me dejó desconcertado y me hizo dudar de la racionalidad de mi madre, quien me condujo forzado hasta el interior.

De aquella primera visita sólo recuerdo que había una veintena de personas en el templo, rezando o curioseando como nosotros; la abundancia de flores, y —sobre todo— el brillo de oro de los altares, una orgía de dorados que me pareció excesiva. Entre tanto oro y las palabras de mi madre… no tuve capacidad para retener ni un solo detalle adicional.

Han sido muchas las veces que entré allí en año posteriores; entre otras cosas, para hacer realidad la inesperada profecía materna de aquella tarde calurosa de julio y para bautizar a hijos y nietos. Por todo ello, en la actualidad puedo dar más detalles de este templo que realmente es digno de visitar.

Se tiene constancia en un documento de 1172 de la donación al obispo de Astorga de la iglesia titulada de Santa Marina, entre Sardonedo y Puente del río Órbigo, con toda su heredad, diezmos, derechos y pertenencias. En torno a ella creció un poblado que en el transcurso de la Baja Edad Media llegaría a ser el mayor de la comarca.

En el siglo XV, Santa Marina del Rey era, con unos 150 vecinos, la población más notable de toda la comarca central del valle del Órbigo, muy superior en habitantes a cualquiera de las villas circundantes. Fue en el final de este siglo o inicios del siglo XVI cuando se construyó el templo actual, conjunto presenta una gran complejidad.

En el exterior, destaca la robustez de sus líneas. La compleja torre es en realidad una doble torre que engloba en la parte baja —según José Villanueva y Lázaro—, los restos de una edificación romana, torre de vigilancia de una antigua vía. La parte más occidental de esta doble torre semeja un voluminoso menhir rematado con un airoso chapitel de pizarra.

Hacia el mediodía aparece el amplio portal con columnas de madera, que cobija una bella portada de aire mudéjar, obra de ladrillo con el arco ligeramente peraltado. Hay otra buena portada hacia poniente, del siglo XVIII, en la que aparece una puerta de piedra labrada, con arco de medio punto y un atractivo atrio sostenido por un par de columnas.

En el interior, de tres naves, el visitante se sorprende por la riqueza de su contenido, pero también por el espacio relativamente achaparrado para la grandiosidad de elementos decorativos.

El desmesurado grosor de las pilastras que soportan las arcadas nos habla de los problemas constructivos, derivados, tal vez de los destrozos del terremoto de Lisboa que se sintieron gravemente en la provincia, causando serios desperfectos en la cercana catedral de Astorga y haciendo que muchas gentes de la ciudad la abandonasen.

FOTOS: BEATRIZ ÁLVAREZ

Esos desarreglos constructivos se observan en la geometría de las arcadas y también en la existencia de voluminosos contrafuertes en el muro del norte del templo, construidos —según precisa José María Villanueva— a propuesta del arquitecto Juan Bautista Lázaro, para asegurar la fábrica del templo.

El conjunto de retablos, esencialmente barrocos, es extraordinario y otorga a la iglesia ese aire denso y vibrante, en el que se diluye la pesadez y frialdad de los muros entre el juego de luces y sombras, las formas caprichosas de los adornos de arcos y columnas y el brillo del pan de oro que emite destellos de fuego capaces de rememorar en la mente de los fieles la luz de la Gloria y, tal vez, el temor al fuego del Infierno.

El altar mayor es muy notable y se prolonga en los dos que se apoyan en las primeras columnas, en un conjunto armónico de gran calidad, presidido por el templete de columnas salomónicas que alberga el sagrario. Encima, en el siguiente cuerpo del retablo, se halla la estatua de Santa Marina, imagen barroca de gran calidad, en tanto que en el remate superior, en una hornacina trilobulada, se halla un buen Cristo crucificado.

En los dos retablos complementarios continúa la profusión de columnas salomónicas y ajarronadas, rematándose ambos con bellas hornacinas de arco trilobulado.

Ubicados en otros espacios del templo aparecen diversos retablos más, algunos realizados para esta iglesia y otros de ermitas que iban desapareciendo tales como la de la Cruz o san Lázaro.

Pero aparte de todos estos contenidos, hay que citar otras dos joyas de gran valor: una, la Virgen de la Manzana, de rostro gordezuelo y coloradas mejillas, que sostiene un bello niño Jesús. Es obra gótica, en la que aún se nota cierta rigidez propia del románico.

Otro elemento de gran valor es el órgano. Esta iglesia ha tenido órgano desde el siglo XVI; primero fue uno portátil, de la época en la que el obispo de Astorga se ubicó en la villa, y luego el actual, del siglo XVII, de notable calidad y belleza. Este aún sigue funcionando, lo que posibilita que en el lugar siga habiendo conciertos y un curso de órgano todos los años.

El ‘abandono’ temporal del obispo de Astorga, a la sazón Diego Sarmiento de Sotomayor, de su sede asturicense para ubicarse en Santa Marina del Rey tuvo una causa realmente ‘política’: el enfrentamiento con el Marqués de Astorga, una pugna que se radicalizó hasta tal punto que unos servidores del marqués mataron a uno de los canónigos catedralicios.

En esta situación, en 1558, año en que el obispo participó en el Concilio de Trento, el mandatario religioso abandonó la ciudad. En el origen de la medida estaba la injerencia del marqués en los asuntos de la iglesia. Este trataba incluso de imponer que en una de las torres de la catedral asturicense se esculpiese su propio escudo nobiliario.

Tras el crimen del canónigo, el obispo anunció que no retornaría a la ciudad hasta que el propio marques pidiera perdón públicamente, de rodillas. La disputa terminaría al año siguiente con el triunfo del obispo y la humillación pública del noble.

Fue en este tiempo cuando la iglesia de Santa Marina pasó a ser de facto el Templo Mayor de la diócesis, la época en que se trajo al mismo un órgano portátil para solemnizar la liturgia. Por cierto, que en el período de gobierno episcopal de don Diego Sarmiento de Sotomayor también se produjo otro evento notable para Astorga: el contrato con Gaspar Becerra para que realizase el que hoy es con seguridad el más espléndido retablo de las catedrales españolas.

La iglesia de Santa Marina ha sido bien cuidada por los sucesivos párrocos y por ello, cuando el visitante entra en ella se lleva una excelente impresión, con el magnífico contenido de la misma, cobijado bajo unas bóvedas bellamente pintadas.

Arte, patrimonio e historia se unen para que el viajero que se asoma voluntariamente al templo mayor de la villa tenga la seguridad de que está visitando la ‘Catedral del Órbigo’.

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