Diario de León

«En el flamenco sobra talento y falta seriedad»

El productor y compositor Javier Limón publica ahora un libro con sus memorias

El productor y compositor Javier Limón publica ahora un libro con sus memorias

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León

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antonio paniagua

Javier Limón ya es historia de la música. Puede jactarse de haber ganado diez premios Grammy y más de 20 discos de oro y platino. Este productor y compositor, que se deja aconsejar por sus hijos, «dos buenos músicos» de 19 y 15 años, ha hallado su conjunción astral en el flamenco, el latin-jazz y la música de Oriente Próximo. Ha cambiado la bullanguera Madrid por la fría ciudad de Boston, que, aunque abundante en ofertas culturales y de diversión, no es tan atractiva como para sacarle del retiro donde trabaja, lee y escribe. En Boston trabaja como director artístico del Instituto de Música del Mediterráneo del Berklee College, donde el flamenco es una carrera de rango superior. Acaba de entregar a la imprenta Limón. Memorias de un productor musical (Debate), un libro repleto de jugosas anécdotas y algún prudente silencio.

—¿Calla mucho en estas memorias?

—Muchas cosas no se pueden contar por discreción, otras porque no son bonitas y otras tantas porque son ilegales.

—¿Ha vivido muchas juergas flamencas en su vida?

—Sí. Hubo una época en que frecuentaba una todos los días. La juerga flamenca se acabó para mí el día que empecé a dejar de sorprenderme. Lo veía venir todo, me decía: este me va a pedir 50 pavos, este me va a ofrecer una maqueta y hasta intuía el falsete que iban a hacer. La gracia de la fiesta está en la incertidumbre y la sorpresa constante.

—Tomatito y José Mercé decían, no sé si exageradamente, que la cocaína había arruinado el flamenco. ¿Es cierto?

—Sí, sí. La desinformación con respecto a ciertas adicciones ha hecho mucho daño. No digo que sea por culpa de la cocaína, pero salvo Paco de Lucía, no ha habido ninguna estrella internacional del flamenco, ninguna que haga hoy treinta conciertos en teatros de Estados Unidos. En el flamenco quizá a veces sobra algo de misticismo y talento y falta un poquito de trabajo y seriedad. A la gente seria, como Farruquito, José del Tomate, Israel Fernández o Diego del Morao, les va muy bien.

—¿Hay algún sucesor actual de Camarón?

—No, Camarón y Paco de Lucía han dejado un vacío similar al que causó Carmen Amaya en el baile cuando murió, el que dejó Gardel o Ástor Piazzola en el tango o Miles Davis en el jazz. Han pasado treinta años de su muerte, y aunque la frase está muy repetida, Camarón cada vez canta mejor.

—Estuvo a punto de dejar la música a los 23 años. ¿Qué es lo que sucedió?

—No ganaba dinero suficiente para pagar la hipoteca ni podía vivir de la música. Como decía Paco de Lucía, es preciso que la olla hierva, y lo que más me interesaba en ese momento era poder comer. Al final tuve un poco de suerte y me empezaron a salir cosas.

—Ahora las cosas tampoco están muy bien...

—Ahora no existe la piratería y hay menos intermediarios. Pero la saturación de productos impide encontrar cosas de calidad. Antes, aunque fuera caro grabar un disco, existía un porqué. Ahora cualquiera puede hacer uno en su casa y subirlo a la red. Pero es como si uno paseara por la Gran Vía y en cada ventana hubiera un tío diciéndote una cosa: así es imposible entender nada.

—¿’Lágrimas negras’ marcó un punto de inflexión en su carrera?

—Ocurrió en 2004, año en que se publicaron Lágrimas negras, de Bebo Valdés y El Cigala; Cositas buenas, de Paco de Lucía; El pequeño reloj, de Enrique Morente; y Tinta roja, de Andrés Calamaro. Dejé de ser un músico exclusivamente de flamenco y me abrí a poder trabajar con otros artistas y tipos de música.

—¿Qué tipo de vida lleva en Boston?

—Es un espacio donde hace mucho frío. En Madrid tengo una vida social muy activa, muchos amigos y numerosos planes por hacer. En Boston, en cambio, aunque hay muchas posibilidades para salir y realizar cosas, no son tan nocturnas, de modo que estoy más centrado en trabajar en casa, en componer y leer. Es una ciudad muy basada en la industria de la educación.

—¿Ha aprendido de los fracasos?

—Sí, claro, te enseñan a no repetir los mismos errores. Con todo, hay fracasos comerciales que son éxitos artísticos y al revés, éxitos comerciales que para mí son fracasos artísticos. Es un binomio singular.

—Hablando de televisión, ¿qué piensa de ‘Operación Triunfo y otros programas similares?

—Obviamente no los veo, aunque todo el mundo tiene derecho a entretenerse con lo que quiera, pero son cositas locales que no tienen ninguna trascendencia internacional. Aunque si se presenta un Salvador Sobral, entonces me callo la boca.

—¿Qué le impulsó a cursar estudios de agronomía, que luego abandonó?

—No tenía ninguna vocación, pero mi madre quería que fuera ingeniero. El listado de carreras estaba por orden alfabético y escogí la A. Constaté que todo eso que dicen ahora de la ganadería intensiva es verdad, está en el temario oficial. Te enseñaban cómo inyectarle a una vaca el doble de su peso intramuscular para vender más kilos, cómo criar a un pollito en cincuenta y cinco días con el fin de que esté listo para ser comido o cómo mantener a un cerdo en un espacio de dos metros cuadrados toda su vida.

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