Diario de León

| Reportaje | La vida en el penal de San Cristóbal |

Hambre, hambre y más hambre

Más de cien leoneses soportaron, algunos no, las condiciones inhumanas de la prisión militar pamplonesa. La escasez de alimentos y agua fue la pena de muerte para muchos

Koldo Pla, miembro del colectivo Txinparta que promueve la exhumación de los restos

Koldo Pla, miembro del colectivo Txinparta que promueve la exhumación de los restos

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M. R. - león
León

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La inauguración del fuerte de San Cristóbal como penal data de 1934, cuando fue aplastada la revolución obrera de octubre. Según la información que maneja el colectivo Txinparta, a partir del 21 de noviembre de ese año, ingresan, junto a 43 hombres encarcelados a tenor de la Ley de Vagos y Maleantes, más de 800 presos políticos. En esa época, el fuerte comenzó a hacerse desafortunadamente famoso por el duro trato que se dio a este tipo de presos. Cuando llega 1936, aún quedan muchos de ellos en el penal y, mayoritariamente, eran asturianos. Más de 200 de ellos fueron trasladados en el mes de febrero a Gijón. Junto a ellos, otros 600 hombres de todo el territorio nacional que sufrieron un calvario similar y a los que, tal y como sostiene la asociación navarra, los historiadores no han prestado demasiada atención. Enfermos y suciedad Pero si había algo que caracterizase a San Cristóbal, eso es el hambre. Los testimonios recogidos por parte de los investigadores pamploneses vinculados a la recuperación de la memoria histórica hablan de un lugar donde se comía poco y mal. Hambre es la palabra que repiten y repiten todos los informantes. Además de la escasez de las raciones diarias, el estado de los alimentos era inhumano. Para contrarrestar esta circunstancia, los presos podían recibir paquetes de comida de su familia, que en ocasiones tampoco llegaban a su destino. También podían recibir dinero, que cambiaban por bonos en el economato. Pero esta posibilidad no mitigaba las penurias puesto que los alimentos estaban a precio de oro y no todos los internos recibían dinero. Compartir fue vivir Así que compartir se convirtió en la manera de evitar que muchos murieran de hambre, porque los hubo a docenas. Casi siempre morían por enfermedades derivadas de la desnutrición. Esta situación tiene una amplia explicación, que se resume en que las reservas de trigo eran escasas en la zona nacional y en la reducción de presupuesto de las cárceles para alimentar a los presos, que provocó que la ración de pan se viera mermada considerablemente. A ello hay que sumar que el administrador del fuerte se apropió de dinero destinado a la comida. Las condiciones higiénicas del lugar eran alarmantes. La suciedad provocó preocupación incluso entre los vigilantes del penal, temerosos de ser contagiados por las enfermedades de los presos. Sin agua ni ropa de recambio Las condiciones del edificio eran penosas, no se lavaba la ropa, casi no se repartía agua y no había vestimenta de recambio para los presos, que además vivían hacinados en angostas y aguanosas celdas, una atmósfera que recuerda el terror que se vivió en la cárcel leonesa de San Marcos. Las consecuencias de esta falta de higiene fueron infecciones, enfermedades como la tuberculosis que diezmaron la población reclusa y, en algunas ocasiones, auténticas epidemias que había que erradicar con una vacunación masiva. La atención sanitaria era también muy deficiente. Los investigadores han conseguido el testimonio de uno de los médicos de la prisión, que admitía abiertamente la sorprendente falta de medios de la enfermería. Las enfermeras eran monjas, cuya labor era más que precaria. Se dice que auxiliaban más al médico que a los enfermos. Ni camas, ni mesas, ni sillas. Nada de nada. Los presos tenían que dormir en el suelo, frío y húmedo. Sólo unos pocoso privilegiados tenían la suerte de dormir en un colchón enviado por su familia o sobre una manta traída de una cárcel anterior. 15 minutos con la familia Las visitas de los familiares se llamaban comunicaciones orales que no duraban más de 15 minutos y gracias a la ayuda del capellán, muchos de ellos pudieron comunicarse por carta con sus familias, puesto que sacaba los sobres de la cárcel escondidos bajo la sotana. Los presos no se podían asomar a las ventanas si no querían recibir un tiro de los centinelas, ni leer prensa...

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