Diario de León

Reportaje | a. caballero

Una plaza como gozne de la historia moderna de León

Santo Domingo espera la quinta remodelación sustancial de su diseño tras un siglo de existencia

Imagen de la plaza, cuando era cuadrada, en la época de los años 30.

Imagen de la plaza, cuando era cuadrada, en la época de los años 30.

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Por Santo Domingo ha desfilado la historia moderna de León. Más de un siglo en el que se ajustó, junto con la plaza de Botines, como «bisagra sobre la que gira la ciudad, de este lado, quedaría el casco viejo; del otro, la ciudad nueva, la que crece en el Ensanche», como describió Juan Pedro Aparicio en El año del francés . Fiel como un gozne, el céntrico enclave ha abierto la puerta a muchos de los inventos que definieron la modernidad: el primer hotel de alto standing, el Oliden, reescrito ahora como Alfonso V; la primera emisora, EAJ 63 Radio León, en la Casa Roldán; el primer banco leonés, el Banco Industrial de León, en el complejo de Santo Domingo, construido sobre el antiguo convento de las Agustinas Recoletas; la primera fuente luminosa, diseñada por Carles Büigues i Sans; las primeras farolas eléctricas; los primeros semáforos; y el primer reloj, que desde 1929 ha marcado el paso del tiempo en una urbe que se desembarazaba de sus complejos para esconder que era un pueblo grande que paseaba por Ordoño II.

Pero el escenario ha cambiado con la historia. Lejos de la época en la que llegaron a fijarse en sus alrededores cuatro conventos -"San Marcelo, San Adrián, San Miguel y Santo Domingo-"la plaza como tal nació con el derribo de la muralla en el año 1923, como establece el historiador Alejandro Valderas, quien recuerda que esta fortificación, con 8 metros de grosor, tajaba en dos el actual diseño: un vértice en la esquina de Independencia, otro en el centro de lo que ahora es la fuente, y un tercero en la ventana norte del BBVA, tras lo que se perdía por la calle Pilotos Regueral hasta embocar en Ruiz de Salazar. Caído el lienzo, sobre el que se asentaba el hospital de San Antonio, el espacio se antojó como un lugar de encuentro. Primero en precario, con torretas de cableado y charcos en la arena, y luego lucida y galana, con un diseño cuadrado, en cuyo interior se ajustaban pequeños jardines, bancos y farolas, donde jugaban los niños. Eran los años enchidos por la República de 1931, cuando ondeaba con la nominación de Plaza de la Libertad y se paseaban por su entorno, abrazados al Casino (ahora BBVA), los representantes de la masonería en la ciudad. En el bar del sótano de este edificio, como cita Valderas, se dieron cita hasta 1933 los próceres de la logia. No perdió su esencia de conspiración, abunda el historiador leonés, ni siquiera en 1936, como prueba que fue el lugar en el que se denunció que Victoriano Crémer se reunió con la familia Durruti, lo que le costó la cárcel antes de ser salvado por el periodismo.

El gobierno republicano propició estampas curiosas en la plaza, como la creación de la primera valla comercial en la fachada de la parroquia de San Marcelo. Necesitado de cuartos, el cura forró con lienzo la pared, lo embelleció con un listón de madera y subastó el espacio por metros. Tanto libertinaje no encontró tregua ni con el paso de las procesiones de Semana Santa, como en Los Pasos del Viernes Santo de 1934, cuando la protesta airada, piedra en mano, de un grupo de comunistas, acabó con uno de ellos en la casa de socorro, aviado por «un horquetazo de un hermano del Dulce Nombre de Jesús Nazareno», como rememora los semanasantófilos Javier Fernández Zardón y Jorge Revenga.

El coto llegó con el estallido de la Guerra Civil en julio de 1936. Lo que antes fuera espacio para banderas rojas, amarillas y moradas mutó en plaza de mando del bando nacional, después de pequeñas escaramuzas de los milicianos con los nacionales, en una ciudad que se abandonó rápido al bando ganador.

Una de sus escenificaciones quedó en la Casa Roldán, ahora tapada por andamios para la reforma de su fachada. Antaño sede del partido de Azaña, Acción Republicana, y del Lar Galego dirigido por el hijo del poeta Curros Enríquez, el inmueble fue el altavoz desde el que, por medio de Radio León, se emitió el parte de sublevación con la entrada de un comandante militar que arrebató el micro al locutor Cantalapiedra, según recuerda Valderas.

El edificio era una de las enseñas de la época. Allí nació y todavía vive Ángeles Canseco de las Vallinas, hija de un sobrino del fundador. «Era como una plaza de pueblo», según recuerda, embelesada en el recuerdo de «un León bonito», expuesto ante «el reloj junto al bazar Benéitez». Un lugar donde «uno se asomaba y siempre conocía gente», donde «se cruzaban las personas y se saludaban, como bien retrató Crémer». «Ahora, te asomas y no conoces a nadie», sentencia.

Vecina suya, aunque de otro portal es Evelia Salgado, hija del duelo de la que fuera «Farmacia y Perfumería Salgado, que estaba al lado de la antigua confitería Polo, lo que hoy en día es los Valencianos». Todavía vive en el inmueble, desde el que rememora la silueta del guardia urbano «que dirigía el tráfico desde un podio» y la saludaba camino de «comprar un helado en La Coyantina, que estaba en Ramón y Cajal». Muchas veces se sentó a disfrutarlo en los bancos de la plaza. «Era muy entrañable; era como estar en casa», reseña, al tiempo que hace memoria de la época en la que allí se colocó el escenario ante el que se despidió a la Legión Cóndor y se celebró el Día Regional de la Victoria.

En frente, en el Hotel Oliden, se instaló «el cuartel oficioso de los nacionales durante la Guerra», señala Valderas, quien subraya que «en la primera planta estuvieron los asesores del gobierno franquista: ingenieros de minas, telecomunicaciones y ferrocarriles, que definieron gran parte de los proyectos para la provincia».

Con el avance de la posguerra, la plaza conoció una nueva remodelación. En la década de los años 50, fija el historiador leonés, se levantó «para empezar a convertirla en redonda». Una cambio que culminó el 5 de octubre de 1962 con la inauguración de la fuente luminosa de Carles Büigues i Sans, quien en 1929 había instalado el primero de estos diseños en la Exposición Universal de Barcelona. «Entonces, se perdió como lugar de reunión», analiza Evelia Salgado. No como espacio de paso, remozado con la entrada al párking de San Marcelo en 1972 y con el ensanchamiento de las aceras en la etapa de Amilivia.

Casi un siglo después de su creación, se apresta a un nuevo cambio. Batiente entre la modernidad y la tradición.

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