Diario de León

CULTURA

Miniados leoneses en el destierro

La biblioteca de San Isidoro nutre muchas instituciones madrileñas con tesoros ‘robados’ por los reyes

Imagen del Beato de Fernando y Sancha que descansa en la Biblioteca Nacional

Imagen del Beato de Fernando y Sancha que descansa en la Biblioteca Nacional

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CRISTINA FANJUL | LEÓN
León

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Se ha hablado en innumerables ocasiones de los tesoros leoneses dispersos por todo el mundo. El renovado Museo Arqueológico Nacional acoge numerosas piezas de la provincia que se habrían convertido en almoneda a no ser por la rápida actuación del ministerio de Bellas Artes. La crisis ha hecho aflorar muchas de las joyas que la Iglesia vendió a finales del siglo XIX y principios del XX o que, simplemente, fueron pasto de bandas organizadas de ladrones. El reciente caso del claustro de Palamós, por ejemplo, hizo recordar el nombre del anticuario zamorano Ignacio Martínez, que actuó como hombre de paja de Byne (conseguidor del magnate Hearst) en más de una ocasión y que ‘trabajó’ de manera estrecha con el obispo de Astorga, Julián de Diego Alcolea, y el arquitecto Ricardo García Guereta en el desmantelamiento de gran parte del patrimonio leonés. No es aventurado pensar que muchas de las piezas que hoy nutren las salas de subastas de medio mundo fueron proceden de los manejos de una época en la que el patrimonio no se entendía en los términos de herencia cultural de toda la sociedad sino como las ‘rentas’ de las que se nutrían unos pocos privilegiados. Tablas, retablos e iglesias enteras se convirtieron en moneda de cambio, cruzando las fronteras sin que la autoridad hiciera nada para impedirlo. Por eso, la labor de las comisiones científicas creadas para dotar los nuevos museos del país fueron, en muchas ocasiones, la tabla de salvación del legado histórico leonés.

Lo mismo ocurrió con los tesoros en papel, incunables, legajos y libros que tuvieron que afrontar el destierro a manos —en la mayoría de los casos— de los reyes y que ahora moran en instituciones como la Biblioteca Nacional, la Biblioteca de Alcalá de Henares o la Real Academia de Historia.

Uno de los ejemplos más importantes de este exilio es el Beato comentario al Apocalipsis, escrito por Facundo en 1047, el único que no se copió para un monasterio entre los siglos X y XI. Fueron los monarcas Fernando I y Sancha quienes encargaron la obra junto con otras, en un mecenazgo cultural que tenía a la vez un interés religioso y político. códice quedara en el aula regia hasta 1063, momento en que se trasladaría a la basílica de San Juan Bautista de León, que pasaba a denominarse de San Isidoro, al albergar las reliquias del santo en su nueva consagración. El Beato permaneció en la Basílica hasta al menos 1572. Después de eso, comenzó un largo destierro hasta que terminó en manos de Felipe V.

Destaca la profesora María José Martínez Ruiz, del departamento de Historia del Arte de la Universidad de Valladolid, que otro de los libros que se sacó de León fue el Libro-juzgo, escrito en 1058. Asimismo, recuerda que las Obras de San Isidoro llevadas a Madrid por Felipe II nunca fueron devueltas. También de León desapareció la Biblia segunda del siglo IX en letras visigóticas que contiene los

cánones y que, según defiende la investigadora, pudiera ser la que existe en la Real Academia de la Historia. La Historia del Cid Campeador con el título Inci piunt gesta Roderici atribuida al canónigo don Pedro Fernández de Castro en los albores del siglo XIII también abandonó León, lo mismo que el original del Cronicum Mundi , que fue llevado a Madrid el año 1565. Los Milagros de San Isidoro se conservó en la Colegiata hasta el reinado de Juan II, que se lo llevó para leerlo y que nunca devolvió. Lo heredó su hija, Isabel La Católica y terminó en manos del regente, el Cardenal Cisneros.

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