Diario de León

La Otan manda más batallones al flanco Este y la UE se reserva castigos

El Ejército ruso pasa de los ataques quirúrgicos a los bombardeos masivos sobre población asediada pero Putin tiene la guerra estancada

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León

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No hay guerra que se ajuste a un guión, aunque todas tengan las mismas derivadas: muertos, heridos, destrucción, refugiados e incertidumbre. Mucha incertidumbre. La invasión rusa de Ucrania el 24 de febrero cumple con todos esos patrones. Y ayer, en el primer mes de la embestida, ningún analista avezado (y lo que es peor, ningún servicio de inteligencia) es capaz de responder con cierta solvencia al cómo y cuándo acabará este conflicto.

La tensión sigue disparada. Ayer se multiplicaron los bombardeos masivos sobre Járkov, Kiev y la machacada Mariúpol. Y la Otan lanzó un mensaje a Moscú (preventivo para el resto del mundo) al anunciar que duplicará la presencia de batallones en varios países del flanco Este europeo. Ocho contingentes en total, repartidos entre Eslovaquia, Hungría, Rumanía y Bulgaria.

Que el conflicto va para largo es ya algo más que una simple conjetura. A partir de ahí, se refuerza la idea de que Vladímir Putin ha pinchado en hueso al subestimar a Ucrania, pero también a Occidente. Porque ni esperaba el nivel de resistencia del agredido ni tampoco el cierre de filas —con apoyo militar incluido, aunque sin traspasar las líneas rojas que precipitarían hacia una guerra sobredimensionada— que Kiev está consiguiendo a ambos lados del Atlántico. Al autócrata ruso también le han pillado por sorpresa decisiones políticas y económicas a escala planetaria que están asfixiando la economía de su país y que la Unión Europea, Estados Unidos, Canadá o Reino Unido han activado a sabiendas de que están sacrificando incluso su propia recuperación pospandemia. China, de momento, continúa de perfil.

La impresionante diferencia entre el poderío militar ruso y el ucraniano hicieron pensar que la guerra duraría un suspiro. Como contexto, este puñado de ejemplos: 61.700 millones de gasto militar del Kremlin frente a 5.900 de Kiev; 900.000 soldados frente a 209.000; o más de 12.400 tanques ante apenas 2.600. Todo un abismo. Pero esta frase, «las fuerzas rusas no han hecho ningún avance importante», se viene repitiendo desde hace al menos dos semanas en informes diarios de ‘think tanks’ internacionales como el Instituto para el Estudio de la Guerra, con sede en Washington. Las tropas se han estancado por la resistencia ucraniana, por fallos en la logística o la descoordinación entre los mandos. Por cierto ya han causado baja cinco generales del Kremlin.

La cuestión es que el Ejército ruso ha pasado de los supuestos ataques quirúrgicos, a aplicar lo que se conoce como ‘Doctrina Grozni’, esa estrategia militar de bombardeos masivos sobre población asediada para desmoralizar al rival. La inauguró en 1999 sobre la capital de Chechenia y la replicó sobre ciudades sirias como Alepo.

En Ucrania ha recrudecido su ofensiva en el sur-sureste y sobre ciudades más al norte como Járkov. También ha expandido sus ataques con misiles hacia la retaguardia ucraniana, ese oeste próximo a la UE (con destrucción de objetivos en Lutsk o Ivano-Frankvisk, cerca de las fronteras de Polonia o Rumanía). Incluso ha arremetido contra Leópolis, puerta de salida de miles de refugiados hacia territorio seguro europeo.

Su hostigamiento a Kiev se intensifica a golpe de misiles —más de un millar habrían sido lanzados sobre el país desde el 24 de febrero, según el Pentágono—. Golpean edificios públicos, torres de viviendas o centros comerciales. Pero Mariúpol es la ciudad ‘machacada’. Devastación y martirio sobre una localidad clave para conseguir ese pasillo entre las provincias secesionistas prorusas de Donest y Lugansk, la península de Crimea (ya anexionada en 2014), el control del Mar de Azov y el salto definitivo hacia Odesa, el principal enclave portuario en el Mar Negro.

Pese a todo Jersón es, hoy por hoy, la única capital de provincia bajo control ruso. Ucrania apenas ha recuperado pequeñas poblaciones como Makariv, a 50 kilómetros de la capital.

Ucrania habla de 15.000 soldados muertos en las filas enemigas y desde el 12 de marzo no actualiza las propias (1.300). Moscú tampoco lo hace desde el día 2. Y oficialmente sólo admite 498 muertos. Aunque esta semana el diario ruso ‘Komsomólskaya Pravda’ publicaba en su edición digital (la información fue eliminada minutos después) un registro de 9.861 militares fallecidos y más de 16.000 heridos. Además, al menos 953 civiles han perdido la vida y otros 1.557 han resultado heridos desde el 24 de febrero, según la oficina de la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, que avisa de que puede quedarse corta. La agencia de la ONU incluye 40 niños entre los fallecidos. Y ya son más de 3,5 millones de ucranianos los que han tenido que abandonar el país. El drama de los refugiados.

La invasión ha desencadenado en tiempo récord una cascada de sanciones sin precedentes contra Moscú. La UE, en sintonía con EE UU y otros países occidentales, tiene ya una ‘lista negra’ con 877 oligarcas y miembros de la élite política rusa a los que ha confiscado sus bienes y prohíbe pisar suelo europeo. También tiene bajo castigo a 62 entidades de diferentes sectores económicos. Un despliegue que se desató con el cerrojazo del espacio aéreo a la aviación comercial rusa. De ahí la escalada: prohibición de uso de la plataforma de transacciones internacionales (SWIFT) a varios bancos, fin a depósitos de ciudadanos rusos (con un umbral de 100.000 euros)... El rublo, en caída libre (devaluado hasta un 40%). Y aunque el país no ha entrado aún en suspensión de pagos será cuestión de tiempo. Además, se avanza para retirar el estatus de nación más favorecida a la Federación Rusa en el seno de la Organización Mundial del Comercio (OMC) y ya se da por cortocircuitada cualquier pretensión de que pueda buscar financiación internacional en el Fondo Monetario Internacional (FMI), Banco Mundial o Banco Europeo para la Reconstrucción y el Desarrollo).

La gran pregunta es si el próximo paquete de sanciones de la UE -se espera que salga del Consejo Europeo que se celebra hoy y mañana, con Joe Biden en Bruselas-, incluirá frenar las importaciones de energía rusa. Alemania ya ha dicho que no. No puede. EE UU, autosuficiente, dio el paso a principios de mes al prohibir la compra de petróleo y gas rusos. Pero la UE adquiere el 40% del gas que necesita a Rusia y entre el 20 y 30% del carburante ruso. Sí quiere romper esas amarras. Pero, al menos oficialmente, se da de plazo hasta 2030.

¿Cuáles son las opciones? «La guerra en Ucrania es imposible de ganar, la única salida es negociar la paz», defiende el secretario general de la ONU, António Guterres. Cualquiera de los escenarios posibles (un hipotético repliegue ruso, la ocupación total, Kiev con gobierno títere...) llevan al mismo escenario. Y cuando llegue la posguerra, será más larga y costosa.

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