Diario de León

De la guerra al Gulag

No se sabe con exactitud cuántos pudieron ser. Una exposición que aún puede visitarse en Avilés ofrece nuevos datos acerca de los conocidos como niños leoneses a los que la guerra convirtió en huérfanos y que se embarcaron rumbo a Moscú, en muchas ocasiones para no regresar nunca.

León

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Pasaron semanas caminando solos a través de los montes entre León y Asturias, pidiendo limosna a cuantos se cruzaban en su camino. Habían dejado su vida atrás, en Sorbeda del Sil, huyendo de lo incomprensible. El pequeño tenía diez años. Dejaron el Bierzo después de que su padre decidiera acudir al frente de Asturias para luchar por la República. A su madre le pegaron un tiro en la cabeza y la dejaron tirada en una cuenta de Matarrosa del Sil. Estaban completamente solos. La historia de Ramón y Vicente Moreira Picorel es la de miles de niños que, como ellos, dejaron la infancia en un puerto de España para comenzar una nueva vida en la Unión Soviética. Pudieron haber sido tres, pero el hermano mayor, Valentín, decidió quedarse junto a su padre, en España.

No son lo únicos leoneses que zarparon solos en aquel barco. Ángel, Delfín, Nicolás y Celso les acompañaron en el viaje. Todos ellos tuvieron algo en común: las vicisitudes de la historia les llevaron a terminar su vida en la Unión Soviética, algunos de ellos en el Gulag. Dos veces víctimas, del fascismo primero y del terror de Stalin después. Los que tuvieron más suerte vivieron con el alma dividida entre dos patrias, de ahí el título de la muestra, que podrá verse hasta el próximo 4 de noviembre en Avilés.

La exposición Dos patrias llevo conmigo. Niños de la guerra en la Unión Soviética, 1937-2017 recoge la vida de las más de 4.000 niños españoles, que fueron evacuados a la Unión Soviética durante la Guerra Civil. La muestra recoge cientos de fotografías, buena parte recopiladas de archivos familiares, así como del fondo documental del Muséu del Pueblu d’Asturies y el documental Aquella noche (23 de septiembre de 1937), realizado por Tatiana Velázquez Stavinova y Jesús Suárez López con el testimonio de 15 niños de la guerra. La mayor parte de los materiales de la muestra ha sido recopilada por Tatiana Velázquez Stavinova y Luis Fernández Préstamo, quienes además de reunir las fotografías y documentos, han grabado horas de conversación a los supervivientes sobre su vida en los antiguos territorios de la URSS, sus experiencias, sus familias, su convivencia para no dejar de lado a su primera patria, España, con la idea de reunir un archivo lo más completo posible de los “niños de Rusia”, que permita salvaguardar su memoria y que prevén recopilar en un futuro en un libro.

El alma del proyecto, Tatiana Velázquez Stavinova, es la mujer de un niño de la guerra. Hace más de dos años comenzó a hacer arqueología entre sus propios recuerdos y los de los descendientes de todos los que comenzaron esa nueva vida. Los documentos de su marido, Orlando Velázquez Ramos, nacido en el barrio obrero de La Calzada, de Gijón, se perdieron. Entonces, decidió buscar en otros archivos para intentar recuperarlo. Además de conseguirlo, debido a la gran interconexión que había entre los niños, se dio cuenta de la gran cantidad de material que guardaban todos y que era totalmente desconocido. Desde entonces recopila las fotografías de los álbumes familiares, así como documentos, libros o cartas de aquellas familias que quisieron prestarse a colaborar con ellos.

El resultado se concentra en más de tres mil fotografías, cientos de documentos y decenas de horas de grabaciones de audio y video. Tatiana, con una memoria fotográfica espectacular, está empeñada en recuperar el nombre de los que figuran y la historia que hay detrás de cada fotografía. El tiempo para hacerlo es limitado, los niños mas jóvenes se acercan a los 90 años. En las entrevistas hechas hasta ahora, buena parte de los niños, hoy ancianos, recuerdan que a pesar de que su infancia, hasta ese momento idílica, no fue fácil desde la invasión alemana y la devastación de la posguerra europea, están agradecidos a la Unión Soviética por darles la oportunidad de emprender su vida: tener estudios, adquirir una cultura, conseguir un trabajo… meta que, por lo que conocieron, hubiera sido impensable para gran parte de ellos si se hubieran quedado en España.

Tampoco fue fácil la vida de Delfín Val Muñiz. Nacido en Astorga en 1922, se quedó huérfano de padre al poco de comenzar la guerra. Su hija Marina rememora que fue la «vida miserable» la que le llevó a dejar España atrás. Escapó de su casa —vivía junto a su abuelo— y se coló en el barco hacia Moscú como polizón. Contrajo matrimonio con otra niña de la guerra y estudió Ingeniería de Caminos. Las esperanzas de una vida mejor le devolvieron a España en 1975. Llegó a Madrid junto a su mujer, Amor Montes Vigón, y dos hijas por la promesa de un trabajo que nunca llegaría.

Diferente es el caso de Nicolás. Este maestro, que emigró de León a Asturias para enseñar castellano a los niños de Gijón, se exilió a la Unión Soviética junto a su mujer y su hija por su ideología política. Al poco de llegar fue desterrado a Siberia, donde moriría poco tiempo después de neumonía, enfermedad que contrajo durante el traslado de un campo de concentración a otro.

Su nieto, Gonzalo Barrena Díez, explica que era miembro de la CNT. «La firmeza en sus convicciones le llevó a marcharse junto a los niños a la antigua URSS», precisa. Recuerda que en Leningrado les hablaba mucho a los niños de España y formulaba críticas al régimen comunista y fue denunciado por uno de los españoles. «Me imagino que fueron los detonantes de una actitud crítica hacia el estalinismo y en una de las purgas acabó en Siberia».

Otro de los niños que se fueron para nunca volver fue Arsenio Tascón. Nacido en Orzonaga, aseguraba que de la guerra no entendía más que perseguían a su madre y que había dos grupos que se pegaban entre sí. «A mi padre lo cogieron en la frontera de Francia y lo llevaron a un campo de concentración. A mi pobre madre no le quedó más remedio que mandarme para Rusia, para ayudarme, pues ella no tenía trabajo».

Su padre desapareció y a su madre, que tuvo que viajar a Uruguay, tan sólo la vería en una ocasión. Salió de su pueblo con siete años en burro cuando el frente nacional se acercaba demasiado a la montaña leonesa. De ahí a Barcelona desde donde partió a Francia, a un campo de concentración, y de allí a Rusia, donde acabó sus días. Arsenio Tascón fue una víctima de la política. Primero de la guerra y después de la burocracia. «Desde que llegamos a Rusia pensamos que al año siguiente regresaríamos», decía cuando regresó a su pueblo en el verano de 1992. Habían pasado 56 años. Uno antes, en 1991, y azotado por los cambios económicos que llegaron con la disolución de la Unión Soviética, Arsenio Tascón enviaba una carta a nueve ayuntamientos leoneses solicitando una pensión de 120.000 pesetas para regresar a España y que le dieran la nacionalidad. Nunca lo consiguió.

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