Diario de León

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Nati, 105 años y millones de puntadas... con hilo

Natividad Rodríguez de Felipe nació en Gusendos de los Oteros en 1914 y se dedicó toda la vida a la costura . «Mi madre quería que fuera maestra, pero a mí me tiraba la aguja y me dediqué al cosido» .

Natividad Rodríguez Álvarez con el andador en la residencia de Armunia.

Natividad Rodríguez Álvarez con el andador en la residencia de Armunia.

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ana gaitero | león
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—¿Cómo se llega a 105 años, Nati?

—Llegando. Yo no he hecho nada.

—¿Nada?

—Yo no he hecho nada. Comer, dormir, pasear, trabajar... que he trabajado bastante en la vida.

—¿En qué ha trabajado?

—En el cosido

—¿De modista? ¿En un taller?

—No, yo al taller fui a aprender.

—Ha dado muchas puntadas en la vida, entonces.

—Uy, he trabajado muchísimo y en casa también.

—¿Y qué más le hubiera gustado hacer?

—Pues estudiar... Mi madre quería que fuera maestra, pero a mí me tiraba la aguja.

Natividad Rodríguez de Felipe cumple hoy 105 años. Una mujer que menuda que en su tiempo, dice, «era más guapilla que fea» y que se desenvuelve con el andador a pesar de que la vista ya le acompaña poco. Cuando habla de su Singer se le iluminan los ojos y la voz le sale como una música: «Era de secreter, se escondía».

Nació en Gusendos de los Oteros por casualidad. «Mi padre era militar y estaba destinado allí», comenta. Después vivió en Valencia de Don Juan y en Barcelona. Después la familia se instaló definitivamente en León.

Su madre era de Grajal de Campos y su padre de Camponaraya. Recuerda que llegó a subteniente, y que cuando vinieron para León. Muchos veranos de la infancia los pasó en Grajal, en el pueblo materno. «Íbamos en tren y a Sahagún en burra, los jueves al mercado», relata. La trilla y la vendimia y la casa de los abuelos forman parte de aquel paisaje de la infancia en un pueblo que tenía farmacia, castillo y palacio. También viajaban algo a Gijón, «porque teníamos parientes, pero poco, para no molestar».

Nati vivió los felices 20. Aquellos tiempos en que las mujeres se peinaban con el pelo pegado a la frente y la ciudad se abría hacia el oeste con el ensanche. Ir al baile, al cine y a pasear eran las distracciones más propias de las jóvenes de su tiempo.

«Íbamos a un local que le llamaban El Tabique, hacían unos bailes estupendos y también estaba el teatro Principal y luego el cine Mary», recuerda. «Me gustaba todo, tener acompañantes... Me acuerdo que iba con las amigas y a lo mejor se acercaba alguno». Novio dice que no tuvo ninguno, aunque confiesa que se enamoró en una ocasión de un joven que por desgracia murió de un infarto. «Era muy majo, le caí bien y me enamoré, me enamoré». También guarda buena memoria muy bien las casas de telas de León, Uría, Lubén y Las Camelias «que vendían muchísimo».

«Había cantidad de clases de telas y dependía de la prenda se esogía. Si era para abrigo, de paño; si eran trajes, de mezcla de lana y algodón y más corriente el algodón, una telucha. Para vestido de verano había seda, aunque no todas íbamos de seda. El algodón era muy mono, salían cosas bonitas», apunta. Por un vestido se pagaba en aquellos tiempos 300 pesetas y por una falda un poco menos. De aquella, «no se llevaba el pantalón».Tampoco había un vestido para cada temporada. «No, que costaba mucho».

De la Guerra Civil sólo recuerda una bala perdida que quedó encajada en el marco de la ventana y de que, por poco, le dio a una hermana. Después, «había un poco de hambruna, mucha escasez, aunque yo no la sufrí».

A pesar de sus 105 años como testigo de la evolución de la ciudad, dice que no ve a la ciudad muy cambiada. «¿A usted le parece que ha cambiado?», responde. Ordoño es el sitio que más le gusta a esta mujer que vivió en la calle San Pedro y la mayor parte de su vida en el barrio de San Claudio. «Antes había muchas tiendas, en una comprabas la carne, en otra los garbanzos... en el mercado también porque se compraba económico», apunta.

Para sus 105 años pide que «Dios me dé salud» y nada más porque dice que a estas alturas de la vida ya no hay nada que pedir. «Deseo salud a todos y para mí igual», señala. Ahora que ya no puede coser, aunque lo ha hecho hasta hace muy poco tiempo, dice que le entretienen las amistades y la televisión. Desde hace unas semanas, vive en la residencia de personas mayores de Armunia. Nati dice que no ha dado puntada sin hilo: «Yo no hago mal a nadie, pero si me buscan me encuentran, que también soy dura», dice con voz firme.

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