Diario de León

La suerte de las mujeres de la casa de Cáritas

Dieciocho años acompañando vidas. Nunca antes hasta este verano, la Casa de Acogida e Inserción Sociolaboral para mujeres en situación del vulnerabilidad de Cáritas Diocesana logró que todas las inquilinas encontraran empleo. El servicio está de nuevo con todas las plazas cubiertas.

Carmen, voluntaria, Yulia Varmauska y Juliet Jones, usuarias, junto a camino González, técnico de la Casa de Acogida. RAMIRO

Carmen, voluntaria, Yulia Varmauska y Juliet Jones, usuarias, junto a camino González, técnico de la Casa de Acogida. RAMIRO

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Nunca, en los dieciocho años de acompañamiento de vidas, en la Casa de Acogida e Inserción Sociolaboral para mujeres en vulnerabilidad social de Cáritas Diocesana de León, se había dado una situación de «éxito» por la que las diez personas que residían en el centro lograron trabajo y abandonaron el recurso escalonadamente desde el mes de marzo hasta julio, mes en el que se incorporaron nuevas inquilinas con necesidad de este proyecto. «La casa está viva. Hay gente que necesita habitarla durante dos o tres años, todo depende de las trayectorias vitales», asegura Camino González, técnico de la Casa e Acogida

Con cada una de las mujeres que habitan en la casa se firma un itinerario consensuado de formación, talleres, cursos, búsqueda de empleo, clases de castellano, actividades de ocio para sus hijos y extraescolares, entre otros, un plan que se revisa cada semana siempre teniendo presentes las necesidades, situación y gustos de la mujer atendida. A nivel grupal, realizan talleres mensuales dentro de la casa, como ahorro energético, reciclaje, almacenaje de alimentos, salud y actividades compartidas de ocio y tiempo libre, como visitas a museos, picnic, salidas para conocer las fiestas leonesas y excursiones.

Juliet Jones es una de esas mujeres que encontró empleo en marzo. Tiene 30 años y llegó a España procedente de Nigeria el 24 de enero de 2013 y hasta este verano, diez años después, no ha conseguido un trabajo para arreglar los papeles. «En mi país si no mueres de enfermedad mueres de hambre». Juliet es una de las diez mujeres que hasta este verano ocupaba una plaza en la casa, junto a su hijo pequeño. «Mi padre murió y yo tenía que buscarme la vida. En Nigeria trabajaba en una tienda de móviles y ordenadores, pero se estaban aprovechando de mí, no me pagaban y de vez en cuando me daban dinero para comida. Como soy de una familia pobre nadie me defendía de esa situación». La precariedad, el deseo de mejorar el futuro y el contacto habitual por facebook con una amiga que había viajado a España para vivir con una tía, le hizo tomar la decisión. «Mi amiga y su tía me dijeron que aquí en España había comida siempre. Me animaron a venir, me dijeron que me acogerían, que estaban aquí para lo que yo necesitara. Hablé con mi madre y me dijo que no me fuera y que no le gustaba que me viniera sola, pero ni mi hermana mayor ni mi hermano quisieron venir conmigo. Tomé la decisión y mi madre pidió un crédito para pagar el billete de avión, arreglé la visa y me vine. Cuando llegué a Alicante no había nadie esperándome. Llamé repetidamente a mi amiga y no me cogió el teléfono. No he sabido nada de ellas desde entonces». En el aeropuerto intentaba hablar con la gente para pedir ayuda, pero no hablaban inglés. Pasaban nigerianos, pero no conocía a ninguno. Me quedé en el aeropuerto y un nigeriano me pagó el desayuno porque no traía dinero ni para comer. Después una señora de Nigeria me ofreció llevarme a su casa. Me sacó el billete para Salamanca y me vine con ella, pero su marido no estuvo de acuerdo con que yo me quedase. Aún así me acogió tres meses, me compró ropa y comida y dormía en el salón. No podía trabajar porque no tenía papeles y como no tenía papeles nadie me daba trabajo. Chariti, que así se llamaba la señora, me habló de una amiga suya de León, con la que viví una temporada, y después estuve en una relación con un chico de Senegal, me quedé embarazada y el chico desapareció».

Pese a las dificultades en las que se encontraba, Juliet decidió tener a su hijo. «He trabajado en todo lo que me ha salido, limpiando casas, cuidando a gente mayor, fue muy difícil porque me pagaban en mano y no me hacían contrato. Lo pasé muy mal. Cambié muchas veces de piso, donde compartía una habitación. Rezaba todos los días para que Dios cambiara la historia de mi vida. Alguien me habló de Cáritas y vine. Me atendió Vicente Millán, me calmó, me dijo que me iban a ayudar, pero yo ya desconfiaba tanto de la gente que no le presté atención. Todo el mundo me prometía cosas y nadie las cumplía. No volví hasta meses después que una amiga peluquera de Togo me dijo que Cáritas cambiaría mi vida y que me podía quedar en su casa con la condición de que volviera a Cáritas». Y así lo hizo. Pidió cita y volvió a encontrarse con Vicente. «En cuanto me vio se alegró mucho, me abrazó, me advirtió que iba a ser un proceso largo y me empadronó en la Casa de Acogida, donde he estado tres años».

Tras realizar talleres de peluquería y de cocina, el empleo se resistía. «Hay que buscar empresarios que te hagan un contrato para que puedas arreglar los papeles y eso es muy complicado». Cáritas encontró la solución dentro de sus proyectos y la directora le plantea un contrato de dependienta en Moda Re, donde trabaja desde el mes de marzo. «Ahora vivo, de momento, en un piso compartido, pero el contrato se acaba y me tengo que ir. La vivienda es un problema muy grande». Después de diez años en España, es la primera vez que «vivo más tranquila» junto a mi hijo, que tiene siete.

El proyecto de la Casa de Acogida e Inserción Sociolaboral de Cáritas se fraguó en el otoño de 2004, como respuesta a la atención a mujeres solas o con menores que no tienen recursos de acogida a su disposición salvo los de violencia machista. En aquellos años, los albergues no tenían plazas para mujeres y las que había estaban muy enfocadas a la urgencia de evitar que se quedaran en situación de calle. En las fiestas de San Juan y San Pedro de 2005 se abrió la casa con Julio prieto como director de Cáritas Diocesana, un piso alquilado a Accem con una primera persona de acogida, una chica de República Dominicana. En estos dieciocho años han pasado por la casa 340 mujeres y menores acogidos «y muchas de ellas han tenido a sus bebés viviendo en la casa, lo que ha sido una experiencia maravillosa para todos», asegura la técnico responsable de la Casa de Acogida de Mujeres, Camino González.

La casa cambió de ubicación en 2016 gracias a una cesión de los Hermanos Maristas, que respondieron a la necesidad de aumentar el número de plazas y alargar los tiempos de permanencia «ya que los procesos nunca son rápidos y requieren paciencia y dedicación».

También han pasado voluntarios y voluntarias, como Carmen uno de los nueve que se turnan para llevar el proyecto. Es voluntaria en la casa desde el año 2018. «Llevo como voluntaria desde 2013 por distintas partes del mundo y en Cáritas me he sentido muy bien acogida. Es una experiencia bonita y un aprendizaje personal. La casa tiene mucha vida, donde conviven distintas personalidades».

El miedo es el sentimiento mayoritario al traspasar por primera vez el umbral. Pero las mujeres entran con síntomas como migrañas, dolores de espalda, insomnio. «Miedo, estrés y desconfianza. Vienen de distintas partes del mundo y no conocen la lengua, las costumbres...algunas no saben lo que es el frío, ni una persiana, cosas que damos por hecho. Y la gastronomía. Las sociedades estamos arraigadas a la gastronomía».

Miedo es lo que sintió la ucraniana Yulia Varmeuska, de 38 años de edad cuando se quedó en la calle en España tras separarse de su marido., «Llegué a España en 2014 siguiendo a mi marido. El matrimonio no salió bien y me separé. Me quedé en la calle, literalmente, con las maletas y caminando con muleta porque tenía la pierna rota. Llegué a Cáritas a las tres de la tarde, cuando estaban cerrando. Pensaba que me quedaba esa noche en la calle, pero me pagaron la habitación de un hotel esa noche, me escucharon y me hicieron todas las pruebas clínicas, análisis de sangre y demás, para entrar en la casa. Viví allí medio año. Hice cursos para trabajar y empecé a conocer gente. Soy una persona activa y he hecho muchas amistades. Ahora trabajo de camarera de piso. Hice prácticas en Tagaste, de la empresa que me ha contratado como camarera de piso. Coincidió que también me ofrecieron trabajo en el almacén en Carrefour, Me quedé de camarera de piso porque me llamaron antes. Ahora estoy buscando un piso para compartir, pero es muy difícil encontrar a personas tranquilas y cumplir las condiciones del contrato. Me piden un contrato fijo, que todavía no tengo».

Asegura que con Cáritas nunca se ha sentido sola. Ella es evangélica. «Encontré en la iglesia lo que necesitaba. Me he bautizado e invité e mi bautizo a las personas de Cáritas que me han ayudado y a la comunidad ucraniana». En su tiempo libre hace trabajos manuales, colabora en su iglesia y teje. «Cáritas me ha ayudado en lo material y con los voluntarios, estoy tranquila. Yo tenía mucha necesidad de estar tranquila y encontré en el Evangelio lo que necesitaba».

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