Diario de León
Publicado por
Luis-Salvador López Herrero, médico y psicoanalista
León

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He buscado en el diccionario Espasa, tan antiguo como las tertulias alocadas que nuestros literatos establecían en las cafeterías de antaño, la palabra «Antropoceno» pero no he encontrado ninguna mención a la misma. También hojeé el diccionario que mi padre había comprado para articular mejor los conceptos escolares, pero tampoco hay rastro de este vocablo que ahora incendia las mentes. Así que estamos ante un término, de reciente invención, que introduce por primera vez en la historia el destino de la humanidad, en los mismos seres humanos, a partir de sus acciones. Ya no es el Apocalipsis, bajo el fuego de Dios o el rayo destructor de los dioses, el que puede acabar con nosotros y la vida en el planeta, sino el instrumento humano en el apogeo de una técnica cada vez más poderosa, tanto para el bien como para el mal, porque ambos siempre han estado unidos en nuestra psique.

Y mientras esto puede suceder o no, esta etapa de transición en la que ahora vivimos hacia no se sabe qué mundo desencantado, conlleva toda una serie de modificaciones y cambios convulsos en nuestro estilo de vida que, de algún modo, aún no es posible digerir, porque faltan las palabras apropiadas, los conceptos adecuados y la experiencia previa. Es el precio a afrontar una vez rotas las cadenas prometeicas que nos mantenían reos de una creencia, que nos ha acompañado a lo largo de la historia.

Luego si hay algo que merece ser destacado a partir de los ideales de la Ilustración, la ciencia, la técnica y el mercado, es el gran experimento que estamos llevando a cabo tras la ruptura con ese gran Otro representado, bajo la imagen de Dios y el monarca de antaño y su séquito de caballeros. Un corte secular y mundano que trae ahora como promesa la nueva ilusión en forma de un «Ser con aspiración femenina y sin atributos masculinos», todopoderoso de su destino, que tiene su lógica. Una aventura, insisto, sin guía ni brújula ancestral de orientación, que busca la luz de una verdad sin nombre en compañía de multitud de objetos sin espíritu, para satisfacción de anhelos convertidos en pura mercancía. Lo cual comporta también para cada uno, como comprenderán, un tránsito autista cada vez más aislado, porque falta la argamasa, el lazo social, que facilitaba antaño esa creencia llamada «ideal». La consecuencia de todo esto es, precisamente, el cinismo generalizado que reina en nuestro escenario mundano.

A mi modo de ver éste es el terreno de fango que estamos pisando, cuando concluye un año que no parece anunciar nada mejor en su horizonte, porque no hay día que no crezcan enanos sin punto de capitón. Lo cual es también coetáneo con la inexistencia de ese Otro desaparecido del escenario que, mediante su mirada y supuesto amparo, simulaba ejercer el control de la situación y el final del camino. De ese modo la extrañeza del momento, el vértigo de nuestra época o el malestar difícil de cernir que asola por doquier, nos anuncian la deriva en la que los seres, hombres, mujeres y demás colectivos y singularidades surgidos recientemente, se confrontan con esta flamante etapa de la que los científicos aún no se ponen completamente de acuerdo, porque falta un saber que verdaderamente no existe.

En este contexto regido por la complejidad son muchos los problemas que se anuncian o aparecen, de forma precipitada, y pocas las ideas convincentes acerca de cómo aportar solución a los mismos. Escuchamos y leemos muchas opiniones y creencias, bajo el prisma delirante de cada cual, o conjeturas y cuentos en medio de la tempestad pero, en rigor, poco conocemos acerca del marco de maniobra una vez que la mano humana ha tomado la decisión de cambiarlo todo, bajo el nuevo discurso o paradigma que configura nuestras lentes. Y cuando digo todo, es todo, es decir, las formas de nacer, vivir o morir, así como de nombrarse, relacionarse o gozar mediante el magma confuso e impreciso de nuestras lenguas y objetos. A muchos les puede sonar todo esto como la «Torre de Babel» en su anhelo por alcanzar los cielos y la subsiguiente confusión de lenguas como castigo. Pero lo cierto es que siempre ha existido y existirá, en el alma humana, esta tensión, lucha e imploración hacia lo sagrado, porque el misterio que rodea la angustia es nuestro más genuino y certero compañero.

Y si quieren adentrarse mucho más en esta nueva etapa que se avecina, para estar suficientemente advertidos, los recomiendo la lectura del último libro de José María Merino Noticias del Antropoceno , que no tiene desperdicio. El autor leonés, un hombre que ha vivido y experimentado con lucidez su existencia, se interroga ahora que «ha descubierto el secreto que encierra los años», el porvenir de la humanidad a partir de toda una serie de relatos, francamente verosímiles, que los harán reflexionar. Allí podrán encontrar de qué se alimenta el alma humana en un mundo sin la noción de lo sagrado, lo transcendente. Lo cual también puede ser entendido como un síntoma de la época, oculto en su propia narración. En su recorrido hay rabia, pesar, temores, angustia, alteraciones de la identidad, ironía, nostalgia, incertidumbre, culpa, inquietud y mucho amor de fondo por la literatura, su sostén, entre otros. Pero también afecto por una humanidad que siente desamparada pero que gracias a la lectura, el silencio y la meditación pausada aún puede soñar despierta, en espera de un mundo que todavía no está escrito.

El asunto, como entenderán, es qué mano lo escribirá y cómo.

Les deseo unas dichosas fiestas y buena fortuna en el próximo año.

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